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Una de mis intenciones todos los sábados es mostrar cómo nuestras vidas cotidianas, locales como son, se hallan imbricadas en fenómenos mucho más amplios, nacionales, europeos y globales, lo que nos obliga a situar el concepto de autonomía de Cantabria en su debida perspectiva y ... amortiguación. Formamos parte de corrientes sociales y culturales mucho más amplias.
¿Por qué están tan gruñones los franceses?, se pregunta The Economist. Francia está toreando bastante bien la pandemia (registra hasta ahora 176 fallecidos de covid-19 por 100.000 habitantes, mientras que nuestra tasa es de 186, y la británica de 213) y la crisis económica. Sin embargo, hay un cierto giro de sus políticos hacia el nacionalismo debido a la sensación de que Francia está en decadencia y que tiene que recuperar viejos valores. Macron ha recuperado el color azul marino de la bandera tricolor, abandonando el azul cobalto de Giscard. Como decía hace poco un analista, todos los políticos franceses son ahora gaullistas. Aquí hay un problema: o las estadísticas no reflejan bien el estado del país, o la formación de la opinión pública se efectúa sobre una base informativa muy sesgada.
Lo mismo cabe decir sobre el sentimiento funesto sobre Europa, trasmitido incluso por Angela Merkel en su última intervención en el Bundestag. En el portal europeo del diario digital Político, el veterano periodista británico Paul Taylor recuerda que la UE ha puesto en marcha un programa de recuperación económica de 750.000 millones de euros, financiado con eurobonos que han sido todo un éxito; ha desarrollado una efectiva compra conjunta de vacunas contra el covid-19; y ha tomado el liderazgo en objetivos de cambio climático. De nuevo, algunas malas noticias, como los líos con Polonia, podrían hacer perder la perspectiva general, lo mismo en Berlín que en París.
Un problema con la información que recibe la ciudadanía es que los trenes que descarrilan son noticia, pero no los que llegan a su hora; los volcanes que se activan, más noticia que los que siguen durmiendo; las empresas o comercios que cierran, más noticia que los abiertos con normalidad; los crímenes o robos, más noticia que las decenas de miles de interacciones pacíficas entre las gentes; las leyes que se cambian, más que las que se dejan inalteradas. Hasta en la sección de deportes, el atleta o jugador lesionado es más novedad que los compañeros sanos. No siempre se siguen estas normas de selección de noticias, pero está claro que lo que se sale de lo normal y de la expectativa contiene, desde cierta perspectiva, más información, porque es más inesperado. Y suele haber un sesgo hacia lo negativo, porque ha generado un peligro o porque manifiesta un interés en los aspectos dramáticos de la vida. Así, el espejo informativo tiende algo por sí mismo al morbo. Esto no quiere decir necesariamente deformación, pues, por ejemplo, unas inundaciones como las de Reinosa eran socialmente relevantes.
Pero siempre cuesta algo más convertir en noticia los hechos sociales, generales. En parte, porque hay batallas dialécticas permanentes en torno a las estadísticas y a su significado, con los gobiernos presumiendo del retorno al Paraíso y las oposiciones anunciando la llegada del Anticristo. Y en parte, porque se juntan la aún escasez de periodismo de análisis sociológico (no sólo de datos) y la impaciencia del público ante mensajes algo complejos. Así que el reto de la información es seguramente mayor que nunca.
Cantabria no es ajena a esta ciclotimia colectiva aparentemente desconectada de la evolución real de los asuntos. Por ejemplo, la Encuesta Social de Cantabria 2020 ha mostrado a la ciudadanía como bastante pesimista de cara a la trayectoria de la región en los próximos cinco años, a pesar de que algunos indicadores son objetivamente mejores que en la edición anterior del mismo sondeo. Es decir, la gente se puede sentir inercialmente bien cuando el contexto verdaderamente se está deteriorando, o declarar poco esperanzada aunque haya motivos para animarse un poco.
Es también claro que puede haber una correlación entre dichas sensaciones y los deseos de mantenimiento o mudanza de los gobiernos. El objetivo de estos es que el ciudadano se vega arriba, con motivo o sin él; y en la oposición sucede a la inversa. Durante cuarenta años de autonomía, la base esencial para el comportamiento electoral de la primavera correspondiente ha sido cómo percibían los ciudadanos la situación de la región en los nueve meses anteriores, pero a través de esta mencionada absorción de informaciones parciales.
Quizá es psicológicamente inevitable cierta inercia en el sentimiento colectivo. Cuando la cosa ha ido razonablemente bien, cuesta asumir que quizá se va torciendo. Y cuando ha ido mal y ha causado sufrimiento social, cuesta creer que mejorará a corto plazo. Pero esta gran descoordinación entre expectativas y estructuras objetivas que se produce no sólo en nuestra región, sino también en el ámbito europeo, seguramente es corregible si hubiera instituciones no tanto de datos como de análisis y explicaciones desde un punto de vista lo más profesional y objetivo posible. No hay foros neutrales, aparte de un periodismo responsable que difícilmente puede suplir a los científicos sociales (las universidades deberían dar un paso adelante en esta dimensión).
Ahora se está poniendo de moda hablar del metaverso, es decir, los universos virtuales en que vamos pasar buena parte de nuestras vidas, en actividades formativas, de ocio o de trabajo, como si fuera una especie de videojuego complejo o de Teams en realidad virtual. Pero piensa uno que en el metaverso ya estamos, puesto que lo que nos parece realidad de Europa o de Cantabria se asemeja más a estar metido en un cierto programa informático, que al resultado de un conocimiento coherente.
Sobre el metaverso que preparan los gigantes digitales, se advierte ya que nos hará difícil distinguir entre vida real y vida virtual. Vaya, entonces el metaverso es la generalización de la política a todo lo demás. Espere a verse inmerso con sus gafas de VR en un mitin virtual, sentado en el sofá de su casa.
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