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En 1878 se construye un moderno balneario en el istmo de La Magdalena, sobre los restos de lo que en ese momento se descubre había sido un asentamiento romano con un muelle fondeadero. La promoción del nuevo establecimiento corría a cargo de Felipe Quintana, potentado ... indiano nacido en Arnuero. En 1870 su amigo Juan Pombo había inaugurado con gran éxito unas galerías de baños en la primera playa del Sardinero, convirtiendo aquel solitario y salvaje lugar en un elegante centro turístico, para lo que construyó caminos, hoteles, el primer casino y el tranvía. En 1861 había invitado a su casa del Sardinero a la reina Isabel II y su familia, y en 1872 hospedó al rey Amadeo I. A ambos santanderinos, por sus esfuerzos empresariales y su apoyo, este último los nombró marqueses, a uno de Casa Pombo y a otro de Robredo. Era el inicio de los veraneos regios y de la corte en El Sardinero y La Magdalena que se mantendrían hasta 1930.
El nuevo balneario de La Magdalena era admirable, con 80 metros de longitud, tenía 60 cuartos para bañistas y 18 bañeras de mármol, con agua salada fría o caliente. Desde el balneario se accedía al mar (apenas había arena) por cuatro escaleras. Detrás del balneario se construyó el hotel, con planta baja y tres pisos con espaciosos salones y comedores, edificio que aún se conserva. Así mismo, el marqués de Robredo construye por su cuenta una carretera para facilitar la llegada de carruajes (hoy paseo de Pérez Galdós), y en 1880 establece una línea de barcos a vapor con su empresa La Corconera, que cada media hora salían del Muelle de Calderón. Para realizar los trasiegos de pasajeros de manera segura se construye un muelle frente al balneario.
Desde aquella fecha, así pues, existió un espigón donde ahora se encuentra el nuevo y polémico, es cierto que de dimensiones más reducidas, pero de una envergadura considerable. Gracias a dicho muelle, se fue consolidando una playa que ahora conocemos como La Magdalena, del mismo modo que se ha ido ampliando la playa de Bikinis desde que en 1957 se construyó el espigón allí existente y que por el momento nadie quiere demoler.
Tras la muerte del marqués, el balneario fue languideciendo, hasta que en torno a 1915 un incendio lo destruyó. La falta de mantenimiento provocó que el antiguo muelle de piedra se arruinara y se construyera sobre él uno más pequeño de hormigón que se mantuvo hasta la construcción del actual. En definitiva, el 'paisaje tradicional' en esta zona, al menos desde finales del siglo XIX, es de 'playa con espigón'.
Vistos los antecedentes históricos, vayamos al argumento del paisaje. Determinar cómo debe ser un paisaje en un contexto urbano, es una cuestión peliaguda. ¿En qué momento de la larga secuencia de ocupación sobre los elementos naturales debemos detenernos para establecer el modelo? Si se busca el mayor respeto sólo hay, en el ámbito geográfico considerado, un punto de vista con plenas garantías: el horizonte de la mar. Todo lo demás, miremos donde miremos, ha sido intervenido. Y si lo que se pretende es recuperar el ambiente original (digamos también el patrimonial) de una época 'dorada' en la que los distintos hitos conservados -hotel del balneario, Palacio de La Magdalena, caballerizas... vistos en su conjunto desde el Paseo de Reina Victoria-, realcen o rememoren cohesivamente aquel paisaje, entonces tal y como demuestran los datos señalados, la existencia del espigón cobra pleno sentido. Entre estos dos extremos, todo lo demás es legítima pero muy discutible opinión.
Lo que lleva a hablar del sentido del espigón. Como todas las infraestructuras alberga una razón funcional, como obviamente la tienen los demás equipamientos más arriba señalados: en este caso, el ocio y la economía vinculada a ellos. Se trata de una localización tradicionalmente asociada a esa doble actividad, tanto para propios como para extraños, con una ya más que secular y demostrada eficacia. Es decir, forma parte de un complejo de motivos e intereses mayores o generales: el eje Sardinero-Magdalena.
En conclusión, por economía, coherencia y respeto histórico, dejemos el espigón donde está, pues lo que se juega es, o tener una playa, o un anacrónico y disfuncional canchal de rocas, subordinado en el mejor de los casos, de manera tan sempiterna como onerosa y contaminante, a constantes rellenos.
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