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En Cantabria nadie quiere ser del Gobierno: todo el que puede se está preparando para la oposición. Pero no la parlamentaria, sino la funcionarial. El Gobierno coloca a los suyos como mucho por cuatro años siempre que no se desestructure la legislatura. En cambio, ... el funcionario tiene como patrona a Santa Rita, quien asegura al ocupante de la plaza que, si los dioses de Epidauro son propicios, nunca le faltará una sardina en el plato ni con qué pagar las facturas del vivir, bien o mal.
La gente lo sabe y llena las academias, pues, entre las tendencias demagógicas de moda y las necesidades reales producidas por envejecimiento y jubilación del recurso humano administrativo, hay mucha plaza que cubrir. Así que nadie es gubernamental, sino que todo el mundo es opositor. Si después de 2014, en la curva alcista de la recuperación, se recobró también la elevada retórica del emprendimiento y de la innovación, el choque de este año ha dejado claro a todos que el Estado no es solo el empleador de sus empleados, sino también su compañía de seguros contra percances macroeconómicos, su verdadero padre protector. Mientras los trabajadores del sector privado han ido al paro o a unos expedientes de regulación que merman sus ingresos, y mucho autónomo y pequeño empresario ha visto el colapso de su actividad, los currantes del sector público no sólo han seguido percibiendo sus haberes tranquilamente, sino que incluso han experimentado la subida salarial del 2%. Algunos han trabajado más, como los sanitarios o algunos docentes, pero otros han trabajado menos, porque el ritmo del teletrabajo no ha sido el mismo que el de la oficina presencial, esto es claro.
Pero la economía ha caído más del 15%, y es la economía la que paga a la administración, no al revés. ¿Entonces?
Las cuentas que debemos echar son las siguientes. Si la expectativa mayoritaria de los cántabros es el ingreso público (por ser político o funcionario, por ser pensionista en alguna de sus categorías, o por vivir del abanico ingresos mínimos y ayudas) o la emigración a otras comunidades (¿Quién no puede mencionar en su entorno al menos diez casos? Hagan recuento y se sorprenderán: hijos de Menganita en Alemania, de Zutanito en Madrid, del otro en México, Perú o Ecuador, otra más en Dinamarca... Cuenten, cuenten), surge la pregunta por cuál es el planteamiento de vida de Cantabria en su conjunto: ¿vivir de la solidaridad del resto de España vía pensiones y financiación autonómica, y de asar al vecino con las contribuciones, rematándolo con un impuesto de sucesiones confiscatorio para las familias trabajadoras y medias, como defienden ahora algunos autonomistas de pro?
Sólo una región con una productividad tecnológica de primer nivel mundial o con un recurso inapelable como Noruega o Emiratos podría pagarse ese lujo de sociedad de «mes pasado, mes cobrado». Muchos intuyen que ese margen se irá estrechando inexorablemente no tardando demasiado, y por eso se apresuran a aprovechar la venta de oportunidad de la ristra de oposiciones en curso. Una vez se cubran razonablemente las plazas, estarán a cargo de personas jóvenes y luego la reposición ya no será tan masiva como ahora. Así que las masas cántabras que se sienten capaces de empollar un temario tienen los codos pelados de preparar los exámenes para los únicos empleos medianamente a salvo de los malos gobiernos: las plazas de funcionario.
El político, con ello, ha generado su propio bucle. La consolidación de un porcentaje relativamente alto de electorado con empleo público impide introducir en cualquier programa medidas de flexibilidad laboral en la administración como las que se realizan en las empresas con cuya actividad se financia el poder público. El que se atreva a semejantes soluciones perderá el gobierno si está en él y se quedará en la nada si está en el frío de la oposición. El asunto no lleva arreglo y además dificulta la gestión de muchos servicios. Acabamos de presenciar el espectáculo de cómo a una empresa concesionaria de un servicio público se le retira la encomienda por un informe técnico que alega que se han incumplido objetivos. ¿Sería posible tomar medidas así ante un servicio de limpieza puramente público? Muy al contrario, el concejal de turno se granjearía una campaña sindical y política de alto voltaje acusándole de infrafinanciar el servicio y exigiendo «más madera» (del árbol del vecino, naturalmente).
Antes, la juventud cántabra que preparaba una oposición podía pasar por conformista, sobre todo si por sus estudios o sus talentos se entendía que podía aspirar a mucho más. Todos conocemos también algunos casos. Ahora, en cambio, la juventud de trasero plano y rotulador amarillo no es conformista, sino sabia y prudente. Si surge algo bonito en el más allá del más acá, siempre se podrá pedir una excedencia. Entonces sí que puede uno dedicarse a la política, trapecismo sin duda, pero con red. El joven que no oposita a algo empieza a parecer un perezoso irresponsable y una vida que se echará temerariamente a los mares procelosos del traicionero destino. Antes se podía uno fijar en los que trabajaban en un banco o El Corte Inglés, pero esos tiempos de las empresas cuasi-ministeriales son historia. No faltarán pronto empleados de banca que miren con sana envidia a su cartero.
Dejamos constancia de ello con esa sociología de atención primaria que siempre corresponde al periodismo, pero también como acuarelistas de una montaña que está ahí, imponente en el paisaje histórico cántabro, y que no se va a marchar ni diluir. Como en el célebre microrrelato de Augusto Monterroso, cada vez que usted despierte el dinosaurio seguirá allí. Rece para que sea herbívoro.
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Ana del Castillo
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