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El presidente actual del gobierno proclama que somos medalla de oro de vacunación, pensamos que gracias a los esfuerzos de los sanitarios de las autonomías y gestión de las vacunas; medalla de plata en recuperación económica, pero es porque fuimos de oro en la ... caída de PIB. Resulta un magnifico comunicador y experto en propaganda, que democráticamente pone en ello todo su entusiasmo. La pena es que tenga que contar con ciertos votos que le hacen muy difícil poder gobernar con libertad.
Pablo Casado, lógicamente ejerce la oposición también democráticamente; aspira a sucederle. Considera que el problema es Pedro Sánchez pero por supuesto que es él la solución. Ambos como cualquier español, pueden expresar sus opiniones en plena libertad, pero nunca deberían mentir, porque pueden dañar a los votantes. Las promesas electorales son de obligado cumplimiento, ya que los votos una vez emitidos no se pueden cambiar. En pura ética, incumplirlas puede ser una autentica estafa. Los votantes necesitamos conocer la verdad para poder tomar decisiones.
Los que no tenemos poltronas ni prebendas vemos todo de forma diferente al no tener que ser estómagos agradecidos, y con mayor razón si no nos debemos a ninguna ideología partidista. Cuando no somos economistas ni médicos, tendremos que escuchar a los profesionales que pueden no estar libres de obligaciones gubernamentales y partidistas. Nos quedan los prácticos e infalibles indicadores de la vida real. «Volveremos a aparcar las sonrisas y ponernos las mascarillas», aunque fuera una magnífica noticia, y además, muy influyente en la intención del voto, fue una afirmación imprudente; un disparate. Lavaremos a mano y con poca agua y comeremos bocadillos olvidándonos de encender la luz y el gas, meditaremos lo que metemos en el carro de la compra, y otras incomodidades más. Todos esos males los sufriremos en cierta forma encantados porque pensamos que poder levantar la persiana todos los días es lo más importante. Los que tienen empleo fijo, los funcionarios y la legión de asesores, todos ellos, como nosotros, tienen sobre su cabeza la losa de la sostenibilidad de las pensiones, además de la bomba de relojería de la deuda pública.
Lo más lamentable es la situación de los que, por no tener, no tienen derecho ni a la esperanza. A los desheredados de la fortuna tendremos que decirles que donde comen dos comen tres y practicarlo en la realidad. Sería muy bien recibido que los ministros, además de reducirse de 22 a 11, junto con algunos parlamentarios y los subsidiados de todo tipo, redujeran motu proprio sus emolumentos, y lo digo en plural. El verdadero ministerio en estos días aciagos lo conforman las cocinas económicas, los bancos de alimentos, el padre Ángel y el cocinero José Andrés, etc. Aunque solo sea en esta ocasión, bueno será que todos nos olvidemos de atiborrar el almacén de nuestra avaricia.
Nos ha tocado vivir en una época excepcional, y por lo tanto nuestro comportamiento también debe de serlo. Ya vendrán tiempos mejores. Tengamos en cuenta que, a toro pasado, tanto las grandes alegrías como las peores incomodidades se confunden igualándose en sucesos históricos. También tengamos en cuenta que, en los malos momentos, lo que nos viene posteriormente es esperanzador; en cambio, en las mejores situaciones nos confiamos y de pronto nos encontramos lo que no esperábamos. Yo, por este motivo, prefiero vivir los malos momentos a los buenos.
Deberemos sacar prácticas consecuencias: desechemos a los que pensemos que van a gobernar solo pendientes de mantener los votos. Escojamos al que parezca capaz de tomar incómodas decisiones arriesgando su poltrona, pensando únicamente en el bien común. Desconfiemos del que resuelve su vida prometiendo mejoras a los más desfavorecidos sin preocuparse en conseguir primero las correspondientes partidas presupuestarias que lo permitan, creando primero riqueza para después repartirla.
Y, como final, me duele profundamente tener que escuchar que actualmente los españoles tenemos que estar bailando al son de la música de los caprichos de una sola persona y los de una legión de aplaudidores que le acompañan con entusiasmo.
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