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Felisa, la Feria del Libro de Santander, se ha consolidado en su último formato como una alternativa popular a las amodorrantes y endogámicas rutinas del Santander estival.Lo que ha acontecido una edición más en esa plaza militar de la Porticada ha convocado de ... nuevo algunos de los interrogantes sobre el devenir de la política cultural de Cantabria que me acompañan desde hace algún tiempo.
En nuestra Cantabria, infinitamente ensimismada, las políticas culturales siguen más volcadas en la precaria supervivencia de un supuesto tejido cultural que en los intereses de la gente (que, o se desconocen, o se ignoran).Ver el feliz latido de Felisa cada tarde de estos últimos días, además de reconciliarme con las potencias colectivas, me reafirma en nuestra necesidad de dejar de pensar en que la gente está equivocada por no interesarse por la cultura, y empezar a reflexionar con humildad sobre lo que podemos hacer para que nuestras propuestas conecten mejor con la ciudadanía, y no solo con nuestros amigos, familiares y conocidos.
Son múltiples los análisis y estudios que llegan a la misma conclusión: la actividad cultural solo llega a un porcentaje mínimo de la población, y los recursos se concentran siempre en satisfacer los gustos y necesidades de ese exiguo porcentaje de clase media que consume mucha cultura y lo hace frecuentemente. Somos pocos, somos minoritarios y somos muy repetitivos, y las mal llamadas «políticas culturales» se centran en satisfacer nuestras demandas de identidad y autoafirmación. Ser conscientes de ello introduce un enorme e incómodo elefante en nuestra habitación, de cuya existencia preferimos seguir ignorarlo todo.
Somos varias las generaciones de creadoras y creadores que nadamos en ese caldo tibio y de gusto totalmente previsible que en nuestra tierra todavía se continúa definiendo como 'política cultural', y también hace mucho tiempo que demostramos nuestra incapacidad para hacernos algunas -pocas- buenas preguntas, muy necesarias para seguir avanzando y creciendo profesionalmente. ¿Qué es lo que expulsa a tanta gente de la oferta cultural? ¿Por qué prevalece en nuestra querida Cantabria una concepción de lo cultural como un componente decorativo de la vida cotidiana?
Creo que la responsabilidad pública no debería ocuparse de facilitar actividades culturales a la gente que ya las tiene, y sí centrarse en crear oportunidades para el acceso de nuevos segmentos a la creación, producción, consumo y disfrute de propuestas alejadas de la autocomplacencia.
El mundo de la creación tiene un enorme memorial de agravios pasados, presentes y futuros que, por supuesto, siempre se resuelven con dinero público. En Cantabria llevamos mucho tiempo quejándonos, sabiendo que, tradicionalmente, el «lloro preventivo» resulta un buen negocio para un pequeño y selecto grupo de privilegiados. Las preguntas no suelen ir mas allá y se esquiva el fondo del problema, porque parece tener poca utilidad práctica. De ese modo se ha conseguido que una parte relevante de la sociedad tenga la impresión de que se trata solo de reclamar subvenciones, mantener privilegios y justificar la existencia de un conjunto de actividades y sectores que deben vivir encapsulados y al margen de las dinámicas de la economía y de la ciudadanía. Creo que es un error persistir en esa dinámica. Yo no puedo con ello, y me rebelo contra la no legitimación ciudadana de nuestro trabajo. La sostenibilidad de nuestros proyectos debe estar más allá de los recursos públicos, y venir refrendada por el hecho de que la gente se sienta interpelada por aquello que proponemos, y crea que forma parte ineludible de su existencia y de sus intereses. Si esa potencia que tiene la cultura como herramienta de transformación social no funciona, porque no hay conexión social, nuestro trabajo no sirve de gran cosa y es mejor que nos dediquemos a otros menesteres.
Los recursos culturales deberían ser del común y no solo de quienes ya tienen acceso a ellos. La mejor política para el sector cultural de Cantabria sería aquella capaz de girar hacia los públicos y a la gente, de manera que se haga más sostenible el trabajo de los que seguimos creyendo que somos «profesionales de la cultura» y que casi todo lo importante que ocurre en nuestras vidas cotidianas es propiamente cultura.
La cultura, así como puede ser un elemento clave para el cambio, también puede servir para perpetuar la desigualdad, y eso hay que tenerlo muy en cuenta para hacer políticas y acciones que redistribuyan el capital cultural y los recursos existentes en nuestra región. Soy de naturaleza optimista, y eventos como Felisa refuerzan esa sensación personal: Es posible repensar las políticas y que la cultura pueda abrir espacios para la innovación, la crítica, la disrupción o la resistencia. Es posible acometer acciones culturales en centros educativos, centros de salud, residencias de mayores, espacios de apoyo a las mujeres, los jóvenes o los inmigrantes, asociaciones deportivas o sindicales... Es posible promover programas de descentralización cultural que faciliten la participación de verdad, y la autoproducción de contenidos no tutelados, que doten de vida y significado a los equipamientos de proximidad. Es posible alentar proyectos culturales híbridos y disruptivos en cooperación con el tejido económico y social, habitualmente alejado del ámbito cultural.
Felisa nos ha vuelto a mostrar, una edición más, que la cultura es, sobre todo, una forma de estar en el mundo y de ser ciudadanía digna. Que es posible volver a hablar, sin sonrojo o complejo de inferioridad de que somos parte indisociable de la cultura popular, y tenemos una responsabilidad para hacer de nuestro ecosistema social un mundo más decente y menos prepotente.
¡FELISA DADES!
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