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Estamos inmersos en la mayor pandemia de los últimos años, sufriendo sus durísimas consecuencias sociales, sanitarias y económicas. Es más que probable que cuando este artículo vea la luz se haya declarado oficialmente ya la segunda oleada epidémica con todas sus funestas manifestaciones, lo que ... no deja de ser un enorme fracaso colectivo de toda la sociedad que nos consideramos «primer mundo»; el resto tiene otros problemas aún más acuciantes. Pero es que en el siglo XXI, además de las medidas que se pusieron en práctica en la Europa del siglo XIV o de las que describe Albert Camus en 'La peste', en el Orán de los años 40, se podrían tomar otras basadas no solo en el aislamiento, sino en el conocimiento y en la tecnología (tests masivos, «pooles» de PCR para incrementar la eficiencia, herramientas tecnológicas que permitan la localización precisa de los contactos estrechos, auténticos planes de contingencia, etc). Sin duda, lo que se echa en falta es liderazgo científico, político, social y ético ante la mayor crisis a la que se ha enfrentado nuestra generación.
Profesionalmente viví hace casi 40 años el inicio de otra situación similar, la infección por VIH-SIDA, afortunadamente ya controlada gracias al desarrollo científico y al trabajo diario de muchos investigadores y clínicos muy cercanos a sus enfermos, pero recuerdo cómo, en los primeros momentos, los pacientes que acudían a nuestras consultas eran considerados culpables de algo que no se sabía bien qué y tratados de forma muy diferente al resto. Afortunadamente, los profesionales sanitarios y toda la sociedad cambiamos nuestra mentalidad y entendimos que no había grupos de riesgo, sino conductas de riesgo para adquirir la infección, y que nadie estaba libre de poder enfermar. Tengo que mencionar que, en Cantabria, compañeros como Santi Echevarría fueron un ejemplo de cómo afrontar con profesionalidad y normalidad la nueva situación. Y quiero resaltar que esta es la clave: normalidad.
Cuando hace pocos meses toda la sociedad aplaudía diariamente a los sanitarios y posteriormente a otros trabajadores igualmente «imprescindibles» (personal de centros de alimentación, transportistas, limpieza, fuerzas de seguridad, etc, etc) agradeciendo su esfuerzo y su trabajo, he de reconocer que nunca entendí el porqué. Todos estos colectivos no éramos héroes, ni nos comportábamos como tales, simplemente éramos profesionales que estábamos haciendo nuestro trabajo, para el que nos habíamos formado adecuadamente durante muchos años, opción que en muchos casos habíamos elegido voluntariamente en detrimento de otras mucho más productivas y que además disfrutábamos haciéndolo cada día. Es por eso que ahora no entiendo, me duele y me preocupa, que a las personas que enferman de covid, e incluso a aquellas en las que pueda haber la más mínima probabilidad de que lo hayan adquirido, se las estigmatice, se las señale, se las segregue y se las llegue a tratar casi como apestados. Me refiero al incomprensible blindaje que se está produciendo en muchos centros de atención a la ciudadanía, que se han convertido en auténticos búnkeres, ya sean centros administrativos, laborales, institucionales, logísticos e incluso -sorprendentemente- centros sanitarios. Todos estamos viendo y sufriendo que acceder a determinados puntos de servicio al público, en muchos casos básicos y críticos para la vida diaria de la población, es misión imposible. Y todo apelando a una mal entendida protección frente a la enfermedad covid. Cuando hay que estar próximo al ciudadano, cuando hay que arrimarse al morlaco, la tele-asistencia puede llegar a ser equivalente a la no-asistencia. Parece que hay colectivos que se han puesto de perfil, que están viendo los toros desde la barrera y responsables gestores y políticos que se lo están permitiendo con toda impunidad. El SARS CoV-2 ha venido para quedarse entre nosotros al menos durante unos cuantos meses, hasta que consigamos una inmunización mayoritaria. Institucionalizar una actitud de blindaje frente al covid-19, de rechazo frontal de todo o todos los que nos puedan poner en riesgo, es insolidario y no hará sino agravar y empeorar las consecuencias de la situación. Debemos acostumbrarnos a convivir con esta nueva enfermedad, evidentemente adoptando y maximizando en todo momento las medidas de protección personal y comunitaria que nos están recomendando los expertos, pero en ningún caso aprovechar la excusa del riesgo covid, o utilizarla como coartada, para hacer dejación de nuestros compromisos y obligaciones frente a la sociedad.
Si algo puede traernos de positivo este dichoso virus es que nos haga pensar (y creérnoslo un poco) que la sociedad debe prepararse adecuadamente frente a actuales y nuevas situaciones sanitarias adversas que sin duda iremos viendo en el futuro. Y eso pasa por promover de verdad los servicios sociales y sanitarios públicos, la buena calidad asistencial, la imprescindible investigación bio-sanitaria. En Cantabria se dan las condiciones y se dispone de la materia gris suficiente para que esta actitud, insisto, si realmente estamos convencidos y no nos quedamos sólo en los aplausos folclóricos de las 20.00 horas, se convierta en un objetivo estratégico de toda la comunidad.
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