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En una crisis como la actual siempre existe el riesgo de perder la perspectiva. Cantabria se resume ahora en tres 'turas'. Estructura: problemas que viene arrastrando desde principios de siglo, reveladores de dificultades permanentes. Coyuntura: problemas sobrevenidos por la pandemia y por la contrapandemia, choques ... de corto plazo que se superponen sobre la erosión de largo plazo y agravan sus consecuencias. Acupuntura: medidas para paliar el dolor causado por esa conjunción de lo permanente y lo reciente, mientras el tratamiento propiamente curativo está por determinar.
La confluencia en los últimos días de numerosas estadísticas y noticias relevantes nos permite abordar estos tres niveles, haciendo caso omiso de la mera 'gestocracia' en que está degenerando la vida democrática, con grave riesgo para todos, pues cuando el personal se sature de tanta inanidad se habrá dejado en franquía el campo para todo tipo de autoritarismos demagógicos. El consumo gestocrático es como el de la sal: el cuerpo va elevando el umbral de tolerancia y cada vez necesita más salero para sentirse saciado.
En cuanto a la estructura, llevamos el peor siglo XXI de nuestra vecindad autonómica. En lo que va centuria, Castilla y León nos ha sobrepasado en PIB por habitante, Asturias nos ha recortado gran parte de la ventaja y el País Vasco se ha escapado muy lejos. Al final del siglo XX, el valor de lo producido por el cántabro medio era un 93,5% de la media española y superaba en casi tres puntos al castellano medio. Dos décadas después, Cantabria está en el 92,9% de la media y los castellano-leoneses acaban de cumplir un decenio por encima de nosotros, tras darle la vuelta a la tortilla. Los casi diez puntos que sacábamos a los asturianos ahora son apenas cuatro, y la desventaja respecto a los vascos es ya de 36 puntos. Es decir, nos ha ido peor en este largo plazo y no hemos convergido con el conjunto del país, según la Contabilidad Regional de España recién publicada por el INE.
Dicha estimación también nos informó de otro problema estructural: tras un decente año 2018 de crecimiento económico sobre la media, en 2019 volvimos a nuestra insana costumbre de crecer bastante menos: un 1,5% frente al 2% español. El INE se ha tomado la molestia de calcular el crecimiento medio anual de la última década, y es la mitad que el nacional.
No son ocurrencias esporádicas: marcan tendencia y regularidad en un declive relativo que refleja mala adaptación a la Eurozona, a la globalización y a la digitalización. Que las infraestructuras básicas sigan en la agenda pública es síntoma evidente de que no se han hecho deberes básicos, y la evolución también apunta no solo a la irregularidad de la acción del Gobierno central en Cantabria, sino al escaso fuste de la propia acción autonómica de desarrollo de la región. Después de veinte años, no hay tío páseme 'usté' el río: no se está acertando con la tecla.
Ahora, la coyuntura. Somos región líder en destrucción laboral por las angosturas económicas causadas por la lucha contra la epidemia. No solo hay una caída enorme de ciudadanos ocupados (se han esfumado 20.000 empleos en un trimestre), sino que además son miles los que se han salido del mercado como inactivos (unos 14.000 cántabros, en su mayoría entre los 25 y los 54 años) y otros miles se hallan inmersos en ERTE de desenlace incógnito. Según la Delegación del Gobierno, en junio unos 53.000 trabajadores cántabros percibieron algún tipo de prestación del SEPE. Es decir, el alcance laboral del confinamiento ha sido devastador y no está claro que se pueda recuperar el tono en un horizonte cercano.
Esta coyuntura peliaguda, recogida adicionalmente por todo tipo de indicadores sobre industria, comercio y demás actividades (las primeras pérdidas en la historia del Banco Santander son un aviso realmente serio), se superpone, entonces, sobre las inercias no resueltas por la región en los últimos veinte años. Un golpe muy duro para un cuerpo ya muy renqueante. Cabe preguntarse si, y cómo, puede Cantabria escapar a un destino de región balneario (simpatiquísima, ciertamente), desindustrialización a cámara lenta y escasez de oportunidades profesionales.
Esta pregunta nos lleva al tercer estrato de análisis: la acupuntura. Para amortiguar el dolor tanto de la estructura decadente como de la coyuntura lacerante, la solución es insertar diversas agujas estratégicamente. En tres meses de confinamiento el estado ha gastado en ERTE de Cantabria 157 millones de euros, más 51 millones en ayudas a autónomos que cesaron la actividad por el covid, más otra serie de gastos de tipo social o de avales a préstamos de urgencia. No sabemos aún cuánto se empleará en el Ingreso Mínimo Vital, pero sí sabemos que la Renta Social Básica autonómica que viene a sustituir representaba un gasto anual de más de 30 millones. Aguja especial es la de las pensiones para cerca de 140.000 cántabros y la de los 44.000 empleados públicos cuya masa salarial no sólo se ha respetado con independencia de si se teletrabajaba más o menos, sino que cada año aumenta significativamente, por incremento de efectivos y por mejoras retributivas.
Pero todo este esfuerzo de sostenimiento será pronto insostenible (es decir, producirá recortes de gasto público y subidas de impuestos) sin una reanimación de la economía productiva. Llega el momento de una verdadera terapia, que permita ir retirando las agujas y afrontando no solo la coyuntura pandémica, sino también nuestra dificultad estructural.
«Entonces, ¿qué?», se preguntará usted con sentido práctico. Hay dos salidas. Que la Cantabria inyectada siga en sus inercias mentales y se limite a la gesticultura ante la Cantabria emprendedora. O que se arme un 'Plan Marshall' para cambiar en cuatro o cinco años totalmente la posición cántabra: no solo recuperar, sino transformar. De momento, gana la primera opción por goleada, para qué nos vamos a engañar. Seguramente necesitaremos más agujas que un erizo, si no se afronta todo esto con lo que en mi pueblo denominamos «más espíritu».
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Ana del Castillo
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