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Escuchaba hace poco a una doctora cómo calificaba al sistema de «engañifa». Treinta y nueve años, médico de urgencias, había encadenado casi cuarenta contratos en ... un año. Toda una vida estudiando. Sacrificio familiar indecible y personal imaginable. Mil doscientos euros de sueldo, que completaba con guardias de veinticuatro horas. Responsabilidad toda. Estabilidad ninguna. Y con todo y a pesar de todo, tenía trabajo. Y para más inri, a ojos de muchos eso la convertía en una privilegiada y quejarse en un lujo ofensivo.
Por otro lado, nos topamos también cada día con muchos jóvenes que tienen la piel muy fina y cuya vida ha sido una alfombra roja, un trampantojo de la realidad, construida por sus unos padres que les han prometido tácita o explícitamente una vida fácil e ideal. Y claro, el portazo con la realidad es monumental.
Y en el no justo medio aparecen un sinfín de líderes políticos, de adláteres y afines en cargos de libre designación, que se han multiplicado como las setas tras el trueno con el maná autonómico. De profesión político. Bagaje profesional... el desierto de Gobi. Y son ellos quienes nos repiten el mantra de una juventud «hiperpreparada». Aunque tal vez estemos ante el triunfo de la mediocridad.
Porque hoy quien no tiene un máster, o dos, o varios postgrados y títulos como para empapelar la sala de espera de un dentista no es nadie. A pesar de que muchos de esos papeles enmarcados sean tan obligatorios como inútiles y sirvan tan sólo por los euros que cuestan. Un negocio bien montado que arruina a la antaño clase media y sirve para mantener tantas universidades como provincias y tergiversar el concepto de excelencia universitaria. Un creciente mercado persa a la caza del alumno. Esto no quiere decir que nuestros jóvenes sean, per se, peores. Sino que el sistema, básicamente y salvo honrosas excepciones, es una máquina de titular. Actualmente un título universitario, dos o tres no garantizan el triunfo en la vida. Especialmente cuando ese premio sólo se mide en euros. Esa misma formación permanente, de la que tanto hablamos, se traduce en muchas ocasiones en cursos inútiles canjeados por un abusivo tributo.
Y ante este panorama, ¿con qué cara y autoridad, como padre o profesor, le hablas a tu hijo o alumno del esfuerzo, del compromiso social y de la recompensa? Porque cuando mira Instagram y YouTube lo que triunfa son las juventudes del partido de turno o el clientelismo patrio, del cual en Cantabria sí que tenemos un máster. Ya estoy viendo a mi vecino de seis añitos en 2061 con un triple grado en ingeniería aeronáutica, física y románicas e innumerables doctorados, con un trabajo en la NASA online y otro en un Kebab para pagar el crédito por sus estudios, y por supuesto viviendo en el pisito con sus amados padres. ¡Qué bonito todo, y qué caro!
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