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Conocí muy bien a Rafael de la Sierra. La razón es sencilla: fue uno de los componentes del programa de la Cadena COPE en Cantabria 'El avispero', tertulia de actualidad política que incluía un variadísimo plantel de representantes sociales, que presenté y dirigí ... durante trece años. Incluso cuando se le nombró presidente del Parlamento siguió acudiendo al estudio, igual que lo hacían, entre otras personalidades, el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria, el vicepresidente del Gobierno regional y el rector de la Universidad de Cantabria. Puedo dar fe, pues, de las virtudes que adornaban su manera de ser, en las que destacaba una admirable capacidad para el diálogo con quienes estaban en las antípodas de sus planteamientos ideológicos o conceptuales. Capacidad para el diálogo –y, por ende, el acuerdo– manifestada en múltiples asuntos que afectaban a la dinámica informativa local, regional, nacional e internacional. Con Rafa, que así le llamábamos quienes teníamos confianza con él, se podía conversar sobre cualquier cosa. Emisión a emisión se convirtió en uno de los mejores tertulianos de 'El avispero', donde en ocasiones tuvo que lidiar situaciones nada cómodas. Pero al final siempre quedaba como estela su sonrisa, su cordialidad. Jamás el enfado que tan a menudo estigmatiza las despedidas de los, en teoría, humanos. Albert Einstein afirmó: «¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio».
Rafa demostraba sin dificultad que el prejuicio más rocoso se desintegraba desde la actitud positiva en un abrir y cerrar de ojos. Mente y alma permanecían abiertos en su caso a la reflexión ante lo que dijera el prójimo. En la hora amarga del adiós, la del arrabal amargo en el paladar de la memoria, quiero quedarme con su alegría, que tantas veces percibí cuando asistía a la divertidísima cena navideña organizada por la emisora para despedir el año, en la que se reunían todos los tertulianos. Se remataba con un sorteo de jamones envueltos en plan regalo y con un gran lazo. Para regocijo propio y colectivo, más de uno le tocó. Su educación, simpatía, saber estar y calidad personal quedaban reflejadas con nitidez también en aquellos inolvidables encuentros.
En la emotiva película 'Candilejas', con el noble afán de resucitar su maltrecho ánimo, el personaje de Charles Chaplin le dice al de Claire Bloom, perdido en el laberinto de la melancolía: «Existe algo tan inevitable como la muerte y es ¡la vida!» Abracémonos a ella con fuerza y el permanente recuerdo centrado en quienes formaron parte feliz de la nuestra. Eternas gracias por tu ejemplo, Rafa. Descansa en paz, amigo.
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