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Acudir al Palacio de Festivales para presenciar el Concurso Internacional de Piano de Santander Paloma O'Shea no supone simplemente revivir una vez más ese ... festivo ritual veraniego de corcheas y alpargatas que este año cumple los cincuenta y en el que tanto echamos en falta al inolvidable Ricardo Hontañón; quien asiste a una de las jornadas de la primera fase se somete voluntariamente a un amable interrogatorio del que resultan pocas certezas, varias incertidumbres y alguna que otra determinación.
Una vez que tomamos asiento en la Sala Pereda y tan pronto como el primer aspirante de la tarde aborda, pongamos por caso, una de las Veinte miradas sobre el niño Jesús, uno se reconoce admirado ante su profunda espiritualidad y se sorprende diciéndose a sí mismo «Tengo que escuchar más a Messiaen»; algo parecido nos ocurre poco después, cuando una joven georgiana hace sonar los Sarcasmos de Prokófiev y nos reconcilia con el arte abstruso del gran compositor ruso, al que, quizás, no valoramos lo suficiente.
El público entra y sale ordenadamente aprovechando las pausas entre los recitales, apenas tose y siempre escucha atento; las cámaras captan todos los detalles de lo que acontece en el escenario y lo muestran al mundo entero; mientras tanto, distraídos por cualquier menudencia, reflexionamos sobre lo diverso que es el repertorio de la música que ahora se llama culta y que, gracias a estas veladas, sigue captando nuevos públicos: a unos, más maduros, les seduce la elegancia clásica de Haydn; a otros, muy jóvenes, quizás les atraen las violentas disonancias de Bartók...
Se van sucediendo los concursantes y entre uno y otra hojeamos ociosamente el cuadernillo-programa para saber cuándo podremos escuchar por fin la Barcarola; también nos entretenemos haciendo elucubraciones inútiles («¿pasará el coreano a las semifinales?») o incluso rellenamos nuestra quiniela particular de finalistas, porque si en todo español futbolero hay un seleccionador nacional, no es menos cierto que en todo espectador del Concurso, residente o turista, hay también un miembro del jurado.
Mientras tanto, el jurado de verdad está a otras cosas. Nueve hombres y mujeres con piedad se afanan, como diría el poeta, en distinguir las voces de los ecos y escuchar, entre las voces, una. La de ese gran músico que bien podría darse a conocer en los próximos días. Hasta entonces y por vigésima vez, disfrutemos de lo que queda, que no es poco.
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Ana del Castillo
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