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A la ética por la estética, decía y aun rimaba Juan Ramón Jiménez. Es raro que el castellano haya tomado del griego 'aísthesis', 'sensación', solo palabras compuestas, como 'anestesia', que es quedarse sin sensaciones; 'hiperestesia', ser uno demasiado sensible a todo; 'parestesia', sensaciones anormales, ... hormigueos; o 'sinestesia', donde se juntan informaciones de dos sentidos diferentes (una música con un color, por ejemplo).
Pero no se ha dado la simple 'estesia'. Ha quedado solamente 'estética' como estudio de lo que causa sensación, y así finalmente ha venido a teoría del arte y la belleza, por un lado, y por otro a industria que procura el buen aspecto físico y hace más perdurable la parte 'juvenes dum sumus' del himno universitario.
En las elecciones pasa lo mismo que con el diccionario de la Academia. Es imposible la pura estesia. Tenemos el votante anestesiado, inoculado por adhesiones inamovibles que, como las teorías no científicas de Popper, resultan inmunes a cualquier desmentido por parte de la realidad. Luego, el elector hiperestésico, susceptible a todo, y que por la mañana cree que va a votar al partido A, por la tarde al B, y por la noche duda si votar, pues todo le ofende.
Además, hay que contar con la parte del censo que sufre parestesia. En estos la campaña suscita sensación de ingrato desasosiego y picores, o porque tiene que votar a quien en realidad le da alergia, o porque se va a dar un homenaje, pero sabe que la papeleta irá, políticamente, al adversario, y eso también da alergia. Y, por concluir el diagnóstico de 'electopatologías', citaremos a los sinestésicos, a quienes se les juntan dos sentidos en un mismo voto, y se pasan el día oliendo las papeletas, o escuchándolas, que es más interesante. Estos son los que votarán propiamente por cuestión de gusto y sin consideración de aquello que la Duquesa advertía a Sancho Panza: «que el gobierno codicioso hace la justicia desgobernada».
En cuanto a la industria estética, hace mucho tiempo que es obligada en las campañas electorales, pues por alguna razón queremos que los elegidos, además de buenos gobernadores, sean bien parecidos, y reúnan el poder con la gracia, desconociendo que los feos han sido siempre más estadistas, por su carencia de narcisismo.
Mire a su alrededor en Cantabria y verá todas estas clases 'preposicionales'. Pero usted, como yo, albergará el secreto ideal democrático de la sencilla 'estesia' o pura 'sensación', que no haya que sacar del manual de un médico. Sería el poder percibir con claridad la situación del país, de la región, y su necesidad primera. Casi la 'cinestesia' o percepción de las partes del cuerpo. Así iríamos a la ética del sufragio por la estética del análisis, en plan Juan Ramón.
Cuando esto no es posible, nos puede ocurrir como a la Duquesa, quien, habiendo concedido a Sancho que llevase con él su amado rucio a la gobernaduría, recibió esta inapelable réplica: «No piense vuesa merced que ha dicho mucho; que yo he visto ir más de dos asnos a los gobiernos, y que llevase yo el mío no sería cosa nueva».
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Ana del Castillo
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