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Dejar el televisor encendido mientras se trajina por la casa puede ocasionar una comprensión defectuosa de las cosas del mundo. Son tan variadas las filigranas ... mediáticas en el Occidente desarrollado, que no resultaría extraño que, en el despiste general, alguien acabase creyendo que una muchacha llamada Chanel visitó Sanxenxo después de dos años sin pisar tierra española. O que un emérito de caderas frágiles ha alcanzado un digno tercer puesto en un certamen europeo de la canción después de grandes remontadas en el Santiago Bernabéu. Hay que saber gestionar el popurrí.
Esta generación digitalmente comprometida es experta en convivir con la trepidante gestión (y temprana caducidad) de los asuntos de interés y en relativizar las amenazas sin la clásica movilización bélica del continente. Bendito sea Dios. Lo fundamental hoy, sugieren nuestros portavoces, es la experiencia sosegada y frívola de la juventud urbana, que no se entrega, por supuesto, al abismo de la realidad y prefiere una plácida singladura por las doctrinas identitarias. Lo de Ucrania se solventa con discursos de Zelenski, que lo mismo echa mano de Guernica que de Chaplin, y con innumerables tuits y mensajes de solidaridad a miles de kilómetros. La fiesta no se interrumpe -faltaría más- a pesar de las bombas que vuelven a caer sobre Europa. En Cannes se aplaude a rabiar al gallardo presidente ucraniano y se proyectan películas para un público de alta costura. En Eurovisión, gana el país invadido. En definitiva, las sobras de un menú irrenunciable.
Los sacerdotes de la nueva fe del espectáculo dedican un par de minutitos al día a recordar la muerte y la destrucción provocada por la invasión rusa, pero sin que las caras se nos pongan demasiado largas. Más allá de los desafíos víricos y geoestratégicos del presente, la atención del pueblo se dirige a un juzgado estadounidense donde dos afamados intérpretes se juegan sus carreras exhibiendo miserias matrimoniales. Sin embargo, cuando esta columna sea publicada, es muy posible que las tribulaciones de Johnny Depp y Amber Heard tampoco sean ya del gusto del consumidor. Todos estaremos mucho más atentos a los progresos de la viruela del mono o al deambular de Juan Carlos de Borbón por la península. Sin dejar de lado, evidentemente, la traición de Mbappé al Real Madrid, tema de importancia capital para el futuro de la nación.
El idilio que mantienen el capitalismo global y los nuevos imperios autoritarios de Asia segrega este tipo de población despreocupada, fatalmente convencida de que, a través del consumo de minúsculas dosis de información, se construye la democracia. A gran escala, proliferan los monstruos de la guerra; pero es más importante cancelar a un famoso tocón.
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Ana del Castillo
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