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Yo evalúo, usted evalúa; todos evaluamos, y todos somos evaluados. Gran parte de nuestra existencia la dedicamos a poner notas, a aprobar y a ... suspender a otras personas, y también a organizaciones y productos; y, al mismo tiempo, casi permanentemente, los otros nos están valorando.
Los estudiantes son evaluados por los profesores, y a su vez estos reciben la valoración de sus alumnos. A los pocos días de comprar en la multinacional nos escriben para que evaluemos el producto o el servicio; lo mismo sucede cuando vamos a un hotel... En la empresa, los ingenieros comprueban la eficiencia de sus productos, y, al mismo tiempo, se consulta a los clientes qué les gusta y qué no de lo que han comprado; y también se pregunta a los empleados si están satisfechos en el trabajo. Ahora mismo las farmacéuticas evalúan las vacunas contra el covid. Por su parte, las organizaciones que desarrollan proyectos sociales realizan procesos de evaluación para comprobar si han logrado los objetivos previstos.
Nos pasamos media vida preguntándonos: ¿me interesa?, ¿cuáles son los pros y los contra?, ¿existe una alternativa mejor?, ¿en qué he acertado y en qué me he equivocado?
La lógica del comportamiento humano es la siguiente: ante una necesidad (o problema) pensamos (es decir, planificamos), actuamos y, por último, valoramos si hemos logrado nuestro propósito. Claro que en ocasiones actuamos sin pensar, reaccionamos de forma mecánica, por impulso, por instinto. Pero mayoritariamente pensamos, meditamos, calculamos las ventajas y los inconvenientes.
En gran medida, los especialistas en evaluación dicen, con terminología sofisticada, lo que todos hacemos en la vida cotidiana. Esos expertos, distinguen, básicamente, tres tipos (y momentos) de evaluación: evaluación diagnóstica, evaluación de proceso y evaluación de resultados. Que es lo mismo que:
1. Pensar en las necesidades y planificar la actuación.
2. Analizar el desarrollo de la acción, para poder ajustar y rectificar las medidas que se van llevando a cabo.
3. Valorar los resultados: logros, errores, desajustes. Los que saben también explican que la planificación y la evaluación son dos aspectos básicos -y vinculados- del correcto modo de proceder en el ámbito económico y social.
El sociólogo A. Comte dijo: «Saber para prever, a fin de poder». No es un trabalenguas, la idea es simple y muy importante: si tenemos conocimiento de las cosas, del por qué de los sucesos, entonces será más fácil hacer previsiones, tomar medidas para tratar de controlar los procesos. En definitiva, se trata de no actuar a ciegas, se trata de tomar medidas con datos, con cabeza, con lógica.
¿Cómo es posible que no se evalúen sistemáticamente, con rigor científico, todas las actividades y procesos tanto en el campo económico como en el social y en el político? ¿Cuándo acabaremos con la improvisación?
Hay que evaluar para mejorar, para aprender, para corregir errores, para equivocarnos menos, para ser más eficientes.
Por racionalidad debemos evaluar. Claro que si preguntamos nos van a responder, y quizá no nos guste la contestación. Y, también, si analizamos el producto o el servicio quizá lleguemos a la conclusión de que no es bueno. Por eso algunos prefieren no saber y que no se sepa, es la estrategia del bobo y del manipulador. ¿No queremos mejorar? ¿El objetivo no es controlar mejor todos los aspectos de la existencia? ¿No perseguimos una mayor calidad de vida?
Por supuesto, la evaluación o es rigurosa y transparente o es otra cosa: una mentira, un negocio estéril, una justificación espuria. Conozco muchos procesos de evaluación que son una chapuza, otros muchos son falsos. Conozco evaluaciones que solo sirven para que algunos vivan de esa actividad; hay organizaciones que utilizan estos procesos para ganar imagen, prestigio, o para conseguir certificados de calidad. Efectivamente, la impostura también existe en este ámbito. Tampoco se me escapa que el examen, la evaluación, se ha utilizado para vigilar y castigar (Foucault); en otros términos: en el proceso de evaluación también existen inquisidores, represores.
Ahora me vienen a la cabeza varios interrogantes: ¿Son correctas las medidas que se han tomado en relación con la gestión de la pandemia? ¿Está satisfecha la población con el diseño de esa plaza? ¿Qué se opina de la conservación del maravilloso entorno junto a las playas? ¿Cómo se valora la iluminación de la ciudad? ¿Qué opinan los vecinos, los caminantes, de la conservación de ese túnel? En definitiva, ¿se quiere saber, de verdad, lo que necesitan, desean y opinan los ciudadanos, los clientes, los trabajadores? Y, también, ¿se ha evaluado al evaluador?, ¿y a sus jefes?
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