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Desde que escuché por primera vez 'La Pasión según San Mateo', de Juan Sebastián Bach, nunca ha dejado de sorprenderme su poder para conmover el ánimo con la gracia solemne del barroco alemán. No hay muchas composiciones que puedan rivalizar con esta durante Semana Santa, ... aplicables al fallecimiento del que ahora se cumplen unos 1.900 años. Un suspiro histórico, comparado con los restos de 'Homo heidelbergensis', de hace 400.000 años, recién hallados en la cueva de La Garma, en Ribamontán al Monte.
Bach estrenó esta 'Pasión' en Leipzig, tal día como hoy de 1729. Se canta en el alemán de la Biblia de Lutero, signo de protestantismo y también de orgullo patriótico, lo mismo que en el siglo siguiente 'Un réquiem alemán', estrenado un Viernes Santo en Bremen, consagraría al agnóstico Johannes Brahms entre los grandes compositores nacionales. Brahms, un hombre de la misma edad que José María de Pereda, escribiría un 'Canto triunfal' tras la victoria de Prusia sobre Francia que condujo a la unificación alemana en 1871.
El Evangelio de San Mateo resulta de gran interés para el analista político. Pues el relato de la Pasión, que acabó poseyendo en el cristianismo posterior un casi exclusivo significado de salvación, revestía en la época de este apóstol cobrador de impuestos un aspecto político, del todo evidente para los judíos que fueron su primera audiencia. Así que podemos comparar la política de los evangelios y los evangelios de la política, ya que se hoy se solapan los tiempos litúrgicos del Estado y de la Iglesia, las elecciones y las procesiones.
San Mateo comienza con un esfuerzo muy notable: antes de mostrarnos que Jesús es el hijo de Dios, trata de demostrarnos, con una prolija genealogía, que es descendiente del rey David. Así la promesa teocrática de un Mesías reunía los orígenes divino y político. Esto es confirmado con el episodio de los Magos y la muy política alarma del rey Herodes ante la posible aparición de un rival. Debemos la Navidad a este empeño de Mateo y de Lucas por establecer, frente a los otros judíos, la legitimidad dinástica del Nazareno: un candidato poco obvio por ser galileo, es decir, del lejano norte (por no mencionar que es sólo José, y no María, quien desciende de Belén de Judá).
Ambos evangelios aluden a profecías sobre la condenación de Jerusalén, lo que sugiere que fueron escritos después de su destrucción por los romanos en el año 70, en la primera de las tres grandes guerras romano-judías. Hasta entonces, el cristianismo había sido poco relevante frente al culto judío en el Templo, espectacular complejo ampliado por Herodes el Grande. Pero, al ser arrasada la ciudad, los seguidores de Jesús pudieron interpretarlo como un castigo divino y así reivindicar la memoria de su líder, ejecutado 40 años antes.
La historia evangélica tuvo lugar, pues, en un periodo de resistencia de la tradición judía contra las formas culturales e imperiales de griegos y romanos, primero con los macabeos y luego con jefes revolucionarios. Este periodo termina unos cien años después de la crucifixión de Jesús, con la derrota de la rebelión de Simón Bar Kochba y el comienzo de la Diáspora.
El significado político de la Pasión es que el judaísmo oficial convenció a los romanos para eliminar al predicador de un nuevo reino. De ahí el letrero de la cruz: Jesús Nazareno, 'rey de los judíos', 'basileús ton ioudaion', o en hebreo 'Yoshua Hanotsri, Vemélej Hayehudim'. El prefecto Pilato lo mandó escribir en el 'titulus' para que quedase claro que una pena tan grave procedía de un acto de total desacato. Parece que Pilato estaba ya en la cuerda floja a ojos de Tiberio, y necesitaba justificar su proverbial crueldad (de la que dio testimonio el filósofo judío Filón de Alejandría).
La Pasión sería, históricamente, el resultado de la interpretación política de un movimiento religioso. Pues el mesías profetizado no era solo un salvador espiritual, sino también nacional. Tras el vaciado de Judea en el año 135 no había lugar a más debate: el mesías solo podía ser espiritual. De todo aquello quedan reliquias convocantes de la fe, como nuestro 'Lignum Crucis' de Santo Toribio de Liébana y nuestros jubileos compartidos con aquella Jerusalén trágica.
La secularización de la política contemporánea nos muestra el reverso de la situación. Las ideologías sustituyen a las religiones, sólo cambiando el más allá por el más acá. Por eso decía María Zambrano en 1940 que los socialistas españoles eran la verdadera continuidad de la gran tradición moralista, y constituían «una de las esencias más 'nacionales' de nuestra España». La política, que antes era prudencia o ambición de un príncipe en sus empresas, ahora se hace con la predicación de una 'buena nueva': liberal, socialista, nacionalista, democristiana, tecnocrática. Y hoy también políticas evangelizadoras del cambio climático (una niña es su profetisa), del animalismo…
Una campaña electoral es, desde finales del XIX, una confrontación entre evangelios civiles a los que se presta una fe que se parece a la religiosa en que, como la de Blaise Pascal, significa una apuesta. Pues ninguna agenda posee fundamento científico tan sólido como para formular una predicción irrebatible. Gobernar es más bien un arte que un catecismo. Aumentar el gasto social puede acabar perjudicando a los más vulnerables. Depende en qué. Una inversión excesiva en infraestructuras puede sacrificar presentes en el altar de futuros contraproducentes.
Igual que fue un avance que los evangelios dejasen de tener lecturas tan explícitamente políticas, podría ser también sano que las políticas dejaran de recibir lecturas tan evangélicas, y ganaran en lo que podría llamarse 'una modestia documentada'. La colisión entre las fuentes pseudo-mesiánicas de legitimidad y las necesidades técnicas de la gestión obliga a ello. Salvo que se renuncie a la gestión y la democracia se convierta en un mero fingimiento de dudoso porvenir. Bombardeados con versículos electorales, los cántabros haríamos bien en traducirlos a la prosa documental.
Nadie nos va a salvar, aunque alguno nos pueda hundir. Votar es un acto de fe, pero no es obligatorio realizarlo con los ojos cerrados.
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Ana del Castillo
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