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Una de las principales y negativas noticias de Cantabria este año ha sido el exceso de mortalidad observado en los primeros siete meses del año. Nuestra región se situó a la cabeza de España en el aumento de este fenómeno letal, y en el grupo ... de cabeza de las autonomías con tasas más elevadas de mortalidad por cien mil habitantes. Ahora, un informe provisional para la Consejería de Sanidad, lleno de cautelas científicas, atribuye esta deplorable evolución a las sucesivas ondas epidémicas del covid-19 y al impacto de las olas de calor, especialmente la de julio, sobre la estabilidad cardiovascular de los pacientes con edades más avanzadas. Sin ánimo de poner una sombra de duda sobre las valoraciones de los expertos, desde el punto de vista de las consecuencias sociales de las actuales estructuras de salud pública sí proceden algunos comentarios.
En primer lugar, si el covid-19 ha sido una de las causas de que hayan fallecido cientos de cántabros que, en ausencia de este factor, probablemente aún seguirían vivos (si no, mal podría hablarse de 'exceso' de mortalidad, pues no habría nada respecto de lo cual 'excederse'), entonces habrá que revisar el modo en que Cantabria ha intentado proteger a estos colectivos más vulnerables. Que eran los más frágiles se sabía desde el minuto uno de la pandemia. Que esto coja por sorpresa, y con un informe tardío, al tercer año de la pandemia, es menos entendible. Parece que no solo ha habido relajación de las medidas profilácticas, sino que se ha perdido tensión en el manejo de la información. La decisión de no hacer seguimiento de numerosos casos de covid-19 por debajo de los 60 años ha generado una oscuridad cognitiva cuyas víctimas podían ser potencialmente los mayores, a pesar de las vacunas.
En segundo lugar, si la segunda causa de exceso de mortalidad ha sido el calor por sus consecuencias indirectas sobre la función cardiovascular, esto solo explicaría realmente las cifras de los periodos afectados por las altas temperaturas. Y es preciso tomar nota para una adecuada estrategia preventiva, ya que los expertos en clima advierten de que las olas de calor serán cada vez más frecuentes. Pocas campañas se emprendieron en julio para proteger a los cántabros de más edad de los efectos de las altas temperaturas.
Y es que, por concluir el sucinto análisis, la ciudadanía puede legítimamente preguntar por la utilidad de los sistemas de vigilancia diaria de la mortalidad, como el MoMo del Instituto de Salud Carlos III, o de las propias estructuras de vigilancia epidemiológica y salud pública de Cantabria, si estos recursos no sirven para prevenir defunciones y patologías graves, sino solo para hacer informes a posteriori, casi de naturaleza forense. El exceso de mortalidad ya era evidente desde enero y se podría haber organizado algún equipo o estrategia de seguimiento. Además, muchas de las franjas de edad más afectadas por esta sobremortalidad son frecuentadoras prácticamente semanales de los servicios de Atención Primaria, por lo que se dispone de una buena red para transmitir esa información en uno y otro sentido. Los cientos de cántabros que han perdido la vida mucho más allá de lo esperable demográficamente son un serio aviso para que los sistemas de vigilancia, alerta y reacción mejoren muy sustancialmente. Tras la amarga experiencia de la pandemia, esto es ya urgente. Entre otras cosas, el covid-19 aún no se ha ido. Y el calentamiento global tampoco lo hará.
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