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Corre por internet, como música de fondo de un mágico anuncio de una marca de coches, la legendaria canción de Joe Dassin 'Et si tu n'existais pas», 'Y si tú no existieras', con la que muchas personas se identifican al sentir la necesidad de ... gozar de un amor, como el del protagonista de dicha canción, que sin él no encuentra el sentido de su existencia, y deambula sin esperanza, llegando a la conclusión de que su razón de ser «es crear y ver al ser al que ama, como un pintor que ve bajo sus dedos nacer los colores del día y que no sale de su asombro».
Más en silencio, con menos repercusión mediática, sor Verónica, fundadora del instituto religioso de derecho pontificio 'Iesu Communio', está llevando a cabo una labor prodigiosa iluminando el camino a brillantes jóvenes universitarias que, gracias a su carisma, están abrazando le fe y entregando su vida a la oración, a la meditación y al trabajo, sin temor a la clausura, resonando en su interior las palabras de sor Verónica de «que no merece la pena vivir por menos de lo que intuimos», y que «el hombre, si no vive abrazado a Dios y a su voluntad, está desorientado, no logra saber quién es, ni a dónde va», como parece ocurrirle al protagonista de la canción, que se manifestaría de otra forma si en verdad conociese los dones de ese Dios que le permite amar de esa manera.
Soy incapaz de imaginarme a sor Verónica, postrada ante el sagrario, formulando esa pregunta: «¿Y si tú no existieras?», porque vive en la seguridad de que su propia existencia es posible gracias a la existencia de Dios, y que tanta gente actualmente si no la niega, lo relativiza de tal manera, que lo pareciera.
«Y ahora, cuando nuestra vida normal ha sido zarandeada, y nos sentimos impotentes -como afirma sor Verónica- nos vemos en la necesidad de acudir a alguien que nos dé consuelo a nuestro corazón», y lo dice quien ha visto como la pandemia entró en el convento de La Aguilera, infectando a la mitad de las hermanas que allí residen, y que gracias a su tremenda juventud han podido vencer al virus al tratarse de casos leves sin perder la alegría y la confianza en Dios; y es entonces, cuando yo mismo me pregunto: ¿a quién acudiríamos si ese Dios no existiera, y como en la canción «tuviéramos que vagabundear sin esperanza, intentando inventar el amor»? ¿Acaso no seríamos, como Vladimir y Estragón en 'Esperando a Godot', la paradigmática obra del teatro del absurdo de Samuel Beckett?
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