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De forma casual, la pasada noche vi el telediario de la Primera y, aunque sabidas, me asombraron las imágenes que recogen la marginación, acoso, presión y ahogo al que la República Popular China está sometiendo a la isla de Formosa, o China nacionalista. Sin ... darme cuenta me quedé pensativo, reflexionando sobre cómo, en la actualidad, un país, por capricho, por intereses, porque simplemente quiere, puede hacer que otro país empequeñezca tanto que esté a punto de desaparecer. Si no fuera tan real y dramático parecería un cuento en el que surge una discusión entre grandes y pequeños, pero que al final, como son amigos, todo termina en abrazos.
Aquí no es así. Es un país grande, poderoso, que quiere exhibir su poderío al mundo, y que muestra todos sus caballos al galope; potentes, fuertes y ágiles, capaces de arrollar cuantos obstáculos encuentren en el camino. Son caballos de todo tipo: los hay con enorme agilidad, que hacen submarinismo, que vuelan... y los hay versátiles, tan obedientes que se adaptan a todos los medios y con resoplidos de furia que alcanzan muchos, muchos kilómetros, tantos que casi pueden dar la vuelta al mundo.
En parte, reviví un recuerdo casi olvidado -quizás por la conservación de una mayor higiene mental- de cuando iba a la escuela de mi pueblo y de cuando cursé el Bachiller en un instituto. Siempre aparecía la figura del matón que incluso vestía como tal, nada ortodoxo. Se le distinguía con mirarlo: sus andares, cómo se movía, cómo miraba, cómo intimidaba su comportamiento. También por cuántos jóvenes plegados a sus caprichos le seguían y aplaudían la comisión de actos groseros, despectivos, extravagantes, insultantes, de maltrato a niños o niñas sin que, como suele ocurrir, nadie haya visto jamás nada. El matón, el chulo, el prepotente, el grosero, el marginal y desaprensivo, el que carecía de amor y una convivencia normal en casa, siempre trataba de reivindicar lo que no tenía destruyéndoselo a los demás.
Una larga guerra civil o revolución comunista iniciada en 1927, en la que se enfrentaron los partidos comunista y nacionalista, guerra de la revolución China de 1949, estando Chiang Kai-Shek a la cabeza del partido comunista. La victoria, después de muchos años de destrucción y muerte, parando el enfrentamiento entre los años 1937 a 1949, para poder enfrentarse conjuntamente a los japoneses, estuvo del lado del partido comunista de Mao, que formó la República Popular China. Chiang-Kai-Shek, perdedor o vencido, se refugió con los suyos en la isla de Taiwán, además de las islas aledañas, continuando con el régimen de la república china. Desde entones, 1949, han conseguido convivir las dos chinas en paz apoyándose tecnológicamente, admitiendo cada una su estatus, sin que Taiwán o la China nacionalista haya sido reconocida como país. En 1971 la ONU ha reconocido a la República Popular China, considerándola como propietaria de la isla de Taiwán y adyacentes.
Este resumen manifiesta que no se ha dado cambio alguno, ni en la forma ni en lo sustancial; no se ha roto el 'estatu quo', todo sigue como al final de la sangría de tantos años, luego, si no ha pasado nada nuevo, todo en la relación de las dos chinas como en la relación universal de cada una de las mismas, no tiene por qué darse esa exhibición de fuerza, de poder universal, de amenaza en definitiva. Porque hay algo que nos trasciende, son muchos los países que en estos momentos poseen armamento nuclear, tantos que pueden sumar una cantidad suficiente de armas atómicas como para exterminar este mundo más de una vez en su totalidad y, si esto es así, sería más adecuado tratar de volver a la normalidad que nace de un diálogo sereno y sosegado, en el que todas las partes implicadas tengan ocasión de exponer sus razones, sabiendo escuchar las razones del otro, con el fin de encontrar la salida más adecuada a la sin razón que hoy defienden todos. Es necesario y recomendable entender que hay juegos a los que es peligroso jugar, porque en todos los lugares se da la figura del matón, irresponsable, peligrosamente inconsciente, que puede encender una mecha cuya devastación ya nadie la pueda ver ni contar.
Muchos actos de pequeño calibre, salpicando permanentemente las sociedades, pueden en un momento determinado, por un cálculo erróneo, trastocar todo el universo, por lo que es difícil entender cómo se dan mentes, o material cognitivo humano, a las que les guste jugar con una sola bala en el tambor.
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