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Los rebrotes del coronavirus están provocando unas extrañas vacaciones por varias razones. La emergencia sanitaria ha obligado a suspender actividades culturales, recreativas y turísticas. ... El miedo, la incertidumbre y la escasez de recursos han cambiado o suprimido las salidas veraniegas. También la Iglesia se ve obligada a reestructurar las actividades que solían llenar el tiempo de vacaciones veraniegas: ejercicios espirituales, campamentos, encuentros formativos, experiencias misioneras, etc...
Los rebrotes que se van multiplicando aquí y allá obligan a una gran responsabilidad tanto individual como colectiva. Las celebraciones y actividades pastorales no pueden convertirse en un foco de contagio, como se está intentando lograr cumpliendo al detalle las obligaciones y recomendaciones sanitarias. Esto no significa parar la actividad pastoral y celebrativa, pero sí evaluar constantemente qué medidas adoptar para evitar riesgos. Mientras no haya vacuna o tratamiento eficaz contra el virus, hemos de proteger con el mayor empeño la salud y la vida de los demás, especialmente de los mayores.
En agosto, mes tradicional de vacaciones, hemos de procurar descansar. Necesitamos tiempo y espacio para asimilar lo que hemos vivido en el tiempo de confinamiento, para curar las heridas del alma y para profundizar en los vínculos verdaderos que tanto echamos en falta. Gozar de la familia y los amigos necesita su tiempo. Las vacaciones son un momento propicio para acercar amistades, reparar olvidos, subsanar malos entendidos, visitar al amigo enfermo y dedicar horas a disfrutar de las buenas compañías. La pandemia ha de ser para nosotros tiempo de prueba y elección. Tenemos que elegir entre sobrevivir o vivir en plenitud. La vida es algo serio y no podemos conformarnos con ir tirando. Necesitamos reencontrarnos y descubrir que en el Señor es donde encontramos el verdadero descanso: «Venid a mí, los que estáis cansados y agobiados... y encontraréis vuestro descanso».
Descansemos, sí. Pero sin olvidar a quienes no tienen vacaciones: los familiares de los que han fallecido en estos meses, los que sufren las consecuencias del desempleo, los que carecen de los alimentos básicos, los enfermos, los sin techo, las víctimas de la violencia doméstica...
Esta situación reclama de los creyentes un suplemento de caridad para estar al lado de los que más sufren. Sólo así, en la entrega y servicio a los más necesitados, podremos disfrutar de un descanso del que no pueden disfrutar otros muchos.
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