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Sinceramente, no sabía que había un extremismo bueno y un extremismo malo. Pero no dejo de oírlo, o al menos de percibirlo. La plebe, el común de los mortales, en muchos momentos cruciales de la historia reciente y pretérita nos hemos dejado arrastrar por ... líderes, profetas y políticos profesionales del enfrentamiento, del cinismo y la hipocresía. Desembocando en un abismo desconocido para muchas generaciones actuales, pero aún reconocible para las más provectas. Construir un mundo de bienestar es complicado, sacrificado y tremendamente largo. Destruirlo, raudo, veloz y extremadamente doloroso. A la mesura y el equilibrio los calificamos como equidistancia, con el afán de reprochar la falta compromiso. ¿Pero es verdaderamente necesario ver bandos en todo?
En este tiempo de saludos a codazos, algunos de los más dañinos paradójicamente son los virtuales. Las denominadas redes sociales han sustituido a la barra de bar, más saludable. Al fin y al cabo, discutías cara a cara con el paisano de turno y con suerte hasta terminabas compartiendo ronda. Ahora, el ciberespacio es «telebilis». Quien no es facha es comunista o viceversa. Porque lo importante no es la opinión, la ecuanimidad o el rigor, sino que lo que se diga se ajuste a nuestra ideología de bufanda. Conmigo o contra mí.
«Fulanito es un tipo majísimo, compartimos paseo con el perro, blanco los domingos con la familia y charla intranscendente: el trabajo, el tiempo, la suegra... Pero el otro día salió casualmente a quien votaba. Valiente sinvergüenza. Ya me parecía a mí. No puedo ni verlo». Así somos. Así nos va. Repetimos que esto no es Winconsin y que aquí las armas no se llevan al cinto. Pero hemos tenido Puerto Urracos mayúsculos, porque si algo se nos da bien a los hispánicos es la escabechina patria. Calidad suprema.
Mientras los líderes se vilipendian y escenifican la gresca -Teo, de Resconorio, siempre decía que estos luego son muy amiguetes-, la caterva enardecida se echa al Twitter y al megáfono llamando al asalto. Y las cosas se sabe cómo empiezan, pero no cómo continúan, y menos cómo acaban. La sociedad debiera de despertar de su letargo, pero no por ello tiene que despeñarse por el radicalismo. ¿Y si resulta que se puede tener ideología y no ser fanático o criticar, elogiar y no ser acuchillado con una etiqueta? En la Iberia, donde en un pispás pasamos de la palmada a la puñalada, tendremos que cuidarnos de los idus de marzo, abril, mayo...
Leemos tan sólo aquello con lo que asentimos, reafirmándonos a nosotros mismos, no sea que cambiemos de opinión. Sin embargo, tal vez escuchar y conocer opciones diametralmente opuestas a la nuestra nos sirva para recomponer nuestra propia opinión, o incluso reconocer a los otros en el inalcanzable justo medio. ¡Qué miedo!
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