Extremos climáticos

En lo inmediato, es preciso reclamar a todos un comportamiento razonable, para economizar el agua lo mismo que se ha empezado a economizar el consumo energético. La autorización excepcional a los ganaderos para captar agua de los ríos, o el suministro con cisternas de emergencia de agua para los rebaños suponen un toque de atención más que serio. El estrés hídrico, es decir, exceso de demanda de agua sobre la cantidad disponible, está a la vuelta de la esquina. Asimismo, hay que extremar la precaución de cara a los incendios forestales, pues la sequedad de la vegetación la convierte en una gran masa combustible. Es imprescindible evitar prácticas de riesgo tanto en las explotaciones como en el ocio, y se debe avisar de inmediato a emergencias ante cualquier comportamiento sospechoso que sugiera la presencia de pirómanos. Pero todo esto son solo medidas a corto plazo. Si hemos entrado en un ciclo de la Cantabria mediterránea, la conservación del agua de precipitación debe ser más eficiente que los pantanos existentes y ha de ampliarse a otras técnicas más protectoras contra la evaporación. Además, hay que ganar eficiencia tanto en los hábitos de hogares, empresas y administraciones, como en las grandes redes de canalización de agua, muchas de las cuales sufren pérdidas significativas por deterioro de la infraestructura. Una buena red de tuberías en los diversos niveles de la distribución ahorrará mucha agua. Hay que ser constantes en dichas inversiones hidráulicas.

Como las demás comunidades litorales, Cantabria tiene una fuente alternativa de agua, aunque más costosa e implicando consumos energéticos no desdeñables, en la desalación. Sería conveniente acelerar proyectos de investigación y desarrollo para hacer realidad una situación en que a un territorio no le falte agua estando junto a un océano como el Atlántico. Hasta ahora el debate sobre esta cuestión no ha existido, pero habría que anticiparse a los problemas y poner a los ingenieros manos a la obra.

Vivir en un entorno más cálido tiene consecuencias no solo para el agua, sino también para la habitabilidad de los edificios y el confort de los espacios cotidianos, residenciales o de trabajo. Es necesario desarrollar mucho más la interacción entre materiales de construcción y energías renovables, así como diseño arquitectónico, para optimar el clima que parece imponerse poco a poco. En cuanto a los aspectos positivos del cambio, puede haber dos, como son la mejora de la oferta turística en el aspecto meteorológico o la posibilidad de nuevos desarrollos agrícolas, que hasta la fecha no eran preferibles en un clima atlántico. Pero esto tiene a su vez efectos en los precios de las viviendas, los ecosistemas ganaderos y las propias masas forestales. No solo hay que contar con plan contra el cambio climático, sino un programa para gestionarlo en aquellos aspectos en que se impone a nuestras expectativas. El hecho, recién publicado en una revista científica por investigadores de Finlandia, de que el Ártico se esté calentando siete veces más deprisa que el resto de zonas del planeta nos advierte que podríamos andar ya escasos de tiempo de reacción. Todo ello ha de ser una prioridad política, y no solo retórica de lo políticamente correcto.