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Un dicho pasiego asegura que de lo que no se habla, no existe. El silencio, seguramente, viene bien para distraer obligaciones pero no consigue 'jibarizar' los asuntos espinosos porque cuando se mira hacia otro lado, lo único que se logra es esquivar un problema ... para toparse con otro. El silencio no es siempre bueno: puede corromper la verdad tanto como la mentira. Torrelavega carece de patrimonio arquitectónico singular, y lo poco que le queda, apenas se cuida. En enero de 1992, cuando un millar de trabajadores se encontraban encerrados en la fábrica Sniace tratando de defender sus puestos de trabajo, miles de ciudadanos, desde el exterior, cada día, se movilizaban presionando para que las instituciones forzaran a los empresarios a pactar una solución. Las calles se convirtieron en un escenario reivindicativo que inundó hasta la última esquina. Transcurrido un mes desde el inicio de aquella agónica reclusión, llegado el día 1 de febrero de hace 27 años, les correspondió a los estudiantes ser el empuje que ayudara a que aquellos obreros –muchos de ellos sus padres– pudieran volver a casa con un pan debajo del brazo.
Más de mil chavales se concentraron ante las puertas del Palacio Municipal, y en un acto desastradamente irresponsable, 'alguien' les incitó a 'tomar' el edificio. Aquella presión sobre el vetusto inmueble, construido con estructura de madera en 1906, dio el primer aviso. No pudo soportar el peso de tantas personas concentradas en un pequeño espacio –en el salón de plenos y en el acceso a los despachos de la Alcaldía– y tras la tumultuosa ocupación enseñó los dientes con las primeras grietas con las que advertía que aquella mansión, que había sido construida para una plácida vida palaciega –la ideada por el indiano Demetrio Herrero Proigas–, era incapaz de soportar tamaña fuerza.
Tres años mas tarde, en 1995, las obras de construcción del aparcamiento subterráneo, justo debajo de la Casona, dieron la puntilla al endeble edificio que desde 1925 albergaba la Corporación municipal. Han pasado 27 años desde entonces y la situación de uno de los escasos vestigios arquitectónicos de la antigua ciudad, acentúa su agonía. Ya prácticamente abandonado, diseminados los servicios municipales por la ciudad, y con las verjonas cerradas desde hace años, el Palacio se va mimetizando con la misma decadencia que su entorno. Hace 25 años se anunciaba su 'inmediata rehabilitación' pero medio decalustro después, está mucho peor. Además, ya casi nadie habla de ello; se está haciendo invisible. Han pasado cinco corporaciones y ni las de Blanca Rosa Gómez Morante, Javier López Marcano, Ildefonso Calderón, Lidia Ruiz Salmón o José Manuel Cruz Viadero han sido capaces de acometer la salvación de este noble edificio.
Los tres partidos mayoritarios –PSOE, PRC y PP– han mirado para otro lado cuando tuvieron el poder municipal, hincando el diente cuando ocuparon la bancada de la oposición. Ahora no es práctico dedicarse al inútil ejercicio de identificar culpables, pero sí el momento de crear una mala conciencia. Se han dejado escapar los gobiernos regionales que podían haber aportado dinero y ni en los años de riqueza, cuando cien millones de pesetas dejaron de ser importantes, se abalanzaron sobre esta obra.
Junto a la añosa Casona municipal, las telarañas cubren el novísimo espacio comprado con precipitación y mal acierto, un cine para ampliar el palacio, que se ha demostrado inservible, tejiendo más tupidamente la maraña de ineptitud, abandono y silencio. Aquel cinema también es otro fantasma que vaga sin destino por el centro de una ciudad que fue. ¡Qué mal fario el nuestro a veces!
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