Secciones
Servicios
Destacamos
La única ocasión en la que José, el frutero, equivocó un pedido de poca importancia y cambió una lechuga por un tomate -sobraba la lechuga y faltaba el tomate- fue porque no tomó nota escrita del encargo telefónico. La confusión debe considerarse excepcional. José es ... hombre refranero y tiene muy presente que «más vale lápiz corto que memoria larga». La frutería es un negocio veterano en este barrio viejo y nuclear que va cambiando su fisonomía y en el que siempre suceden cosas extraordinarias. Aunque hubo aquí una escultura de la Virgen asomada a la calle, en la esquina del desaparecido edificio de las Hermanitas de los Pobres, y la iglesia de Santa Lucía está al lado, los milagros son raros. El prodigio consiste en la sucesión de normalidades, los reencuentros, las historias cercanas y las costumbres olvidadas por las urgencias laborales del pasado, que ahora, con tiempo libre, intentamos recuperar.
Porque eso es la vida, la de este barrio y la de cualquier otro. Es el triunfo final de lo mínimo y familiar que le da sentido a todo. Es el espacio limitado, pero propio, al que se nos permite volver al cabo de los años. Es la anécdota trivial, el paseo tranquilo, la lectura sosegada, el saludo a cada instante o la visita a la tienda amiga. Es la joven farmacéutica, que si responde en inglés si en inglés le preguntan, es cántabra en el hablar. La vida no es sino la compra de unos pañuelos de papel cuyo importe suma «ochenta centimucos». Es mirar a la chica con asombro divertido. «¿Has dicho centimucos?». «Sí, verá, no puedo dejar de hacerlo. Es superior a mí». «No lo dejes, seguro que le gustará a quien lo escuche». Sonrió, y sonrió también su compañera. «Nunca dejaré lo que aprendí de pequeña. Bueno, le devuelvo veinte centimucos». Quién iba a pensar que sufijos tan nuestros -uco, uca- viven aún en Santander.
La vida es la de quien apenas levanta un palmo del suelo, entra en la farmacia -una farmacia distinta, también del barrio- con la carita enfurruñada que ponen los niños de tres años, cruza los brazos y dice: «Estoy mosqueado con mi abuela». No estaba enfadado ni cabreado sino solo mosqueado, por lo que había lugar para la esperanza. Hablaba con desparpajo, y a pesar del mosqueo aceptó el caramelo de menta que le ofreció Mercedes, la farmacéutica. Mercedes lo conoce de sobra, a él y a su familia, y preguntó la causa del mosqueo. «Mi abuela ha dicho que iba a llevarme a los columpios de los jardines, pero por aquí no se va». La abuela le dejaba hacer a Mercedes. «Si lo prometió, lo hará. A lo mejor ahora no puede». La respuesta del chavalete gracioso sorprendió a todos dada su corta edad, «Pues que no lo diga. A los niños no se nos debe engañar». La abuela, como es natural, cumplió la promesa.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Estos son los mejores colegios de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.