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Gracias al trabajo incansable de nuestro presidente nacional Alberto Núñez Feijóo y de nuestra presidenta de Cantabria María José Sáenz de Buruaga, las Cortes han ... liberado a los ganaderos de Cantabria y a toda la población del medio rural de la opresión que suponía una protección incontrolada de un depredador sin depredadores naturales: el lobo. Al mismo tiempo, esa decisión ha supuesto devolver a los cántabros nuestra verdadera autonomía: el poder desarrollar un plan de gestión del lobo que se base en criterios técnicos y en una filosofía prudente, que permita conservar esta especie ibérica, pero al mismo tiempo atajar la agonía de la despoblación de las zonas de montaña, y no tan de montaña, porque los lobos han llegado a atacar muy cerca del litoral.
Siempre he tenido muy claro que, si el PRC hubiera amenazado a Pedro Sánchez en la legislatura anterior con romper sus pactos de gobierno en Cantabria en caso de incluirse el lobo en el Lespre, quizá el PSOE no se hubiera atrevido a llevar adelante una medida tan fundamentalista y cruelmente insensible con la gente del campo. Pero el regionalismo vivía muy feliz en su pacto con el socialismo y no quiso echar órdagos en defensa de Cantabria, ni utilizar su verdadera herramienta política. En cambio, la nueva actitud adoptada por parlamentarios vascos y catalanes me parece de toda justicia: ellos no podían seguir apoyando algo que perjudica a otras comunidades (pero no a ellas) y que reduce su capacidad de autogestión. Era una posición sumamente insolidaria, y celebramos que hayan corregido la situación. Posiblemente también nuestros vecinos vascos empezaron a temer que el descontrol del lobo les afectase a ellos en sus caseríos. Sin duda, así habría sido y acaso le han visto las orejas al lobo cántabro.
Ahora bien, el lobo no era solo una cuestión de gestión eficiente de la riqueza biológica de España, de la política agraria y de la llamada 'España vaciada', sino sobre todo de comportamiento irracional como estrategia de país y autoritario como planteamiento político.
Comportamiento irracional, sí, porque si hay incluso un ministerio que lleva en su rótulo 'reto demográfico', entonces no tiene sentido que las zonas agrarias en despoblación sean sometidas a una presión adicional inaceptable con la proliferación de lobos. Pues un número excesivo de lobos perjudica a la ganadería, pero también el turismo de naturaleza y patrimonio. Y la necesidad de multiplicar elementos defensivos como los mastines no hace sino convertir el monte en algo aún más peligroso, pues dichos perros son muy territoriales e intimidatorios.
Por otro lado, irracional por el desperdicio alimentario que suponen las muertes de tantas reses (que han consumido en su cría también recursos naturales), mientras por otro lado importamos alimentos del extranjero (lo cual no parece muy ecológico), y por el hecho de que se ha convertido a los ganaderos en involuntarios cuidadores de un Cabárceno gigante, al norte del Duero, para dar de comer al lobo con su ganado. Irracionalidad adicional, por ello, la presupuestaria, por tener que dedicar a indemnizaciones por daños fondos que serían muy necesarios en atención a personas mayores, becas a estudiantes, reciclaje de profesionales o fomento de la investigación y la tecnología. Irracionalidad, además, de tipo cultural, pues una especie que estaba sobreviviendo y que era aceptada sin mayor problema por la población rural, se convirtió en un par de años en un grave problema económico y psicológico, y el sentimiento hacia el lobo cambió hacia una gran antipatía.
Pero además de irracionalidad en los instrumentos, hay que subrayar el autoritarismo político. La excesiva protección del lobo por Pedro Sánchez y sus socios fue un ejercicio de imposición a las comunidades autónomas del cuadrante noroeste, con desprecio a sus habitantes, parlamentos y gobiernos regionales. Con desprecio también a sus planes de gestión que habían logrado que, mientras el lobo desaparecía en toda España y buena parte de Europa, aquí se conservara. Con desprecio a las personas que ponen cada día todas sus energías e ilusiones en sacar adelante una explotación de montaña, esperando que las administraciones los ayuden, y no los acogoten. Estoy seguro de que el ministro de Agricultura es perfectamente consciente de este problema, pero, como no ha tenido la valentía de presentar su dimisión, hay que hacerle corresponsable del desaguisado.
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