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La palabra 'neolengua' (del inglés 'Newspeak') fue acuñada por el novelista inglés George Orwell en su novela '1984', una narración distópica en la cual la creación artificial de una (neo)lengua se convierte en el instrumento definitivo para someter las voluntades y los pensamientos de ... la ciudadanía a los intereses del poder político en un régimen totalitario. Para ello, el escritor inglés inventó un sistema lingüístico nuevo alterando y manipulando la lengua originaria, el inglés común, y así denunciar, desde la ficción, que «El lenguaje político está diseñado para que las mentiras parezcan verdades, el asesinato una acción respetable y para dar al viento apariencia de solidez». La originalidad del vocablo corresponde al novelista inglés pero, a pesar de que aún no lo recoge el 'Diccionario de la lengua española' de la RAE y ASALE, se puede traducir por 'la recreación de una lengua nueva a partir de otra con un fin específico' y aplicarlo por extensión a todas las concebidas por los mismos procedimientos aunque no relaten hechos tan perversos como los narrados en '1984'.
En la historia del español abundan las neolenguas en todas las épocas. Las hay que han alcanzado la gloria literaria como la jerga de la germanía («manera de hablar de ladrones y rufianes, usada por ellos solos y compuesta de voces del idioma español con significación distinta de la verdadera y de otros vocablos de orígenes muy diversos») inmortalizada por Cervantes en las 'Novelas Ejemplares' y en el 'Quijote' y por otros escritores del Siglo de Oro. También José María de Pereda literaturizó la neolengua de los raqueros («niños y adolescentes santanderinos que durante el siglo XIX y hasta mediados del XX delinquían en los muelles de la ciudad para subsistir») en obras como 'Sotileza' y 'Los raqueros'; una jerga que J. R. Sainz Viadero recopiló en el 'Diccionario para uso de raqueros'. Son dos ejemplos de neolenguas que comparten un mismo fin: mostrar con realismo a través de la literatura formas de vida de sectores sociales (auto)marginados de la civilización común.
En el español actual hay una enorme riqueza de neolenguas de naturaleza y fines muy variados: las jergas generacionales, la lengua de las nuevas tecnologías, la lengua de las redes sociales, el lenguaje inclusivo, algunos lenguajes profesionales, la lengua edadista..., y otra con reminiscencias orwellianas: la neolengua de los políticos. Desde que comenzó la crisis económica, los sucesivos gobiernos españoles han ido creando una lengua especial, una neolengua, tergiversando deliberadamente los usos rectos del español para minimizar los efectos devastadores de la crisis económica y enmascarar indiscutibles fracasos políticos. Para ello no han dudado en utilizar eufemismos indignantes como llamar 'recesión' o 'desaceleración' a la evidente crisis económica; 'reacomodamiento de precios' a la inflación; 'flexibilización del mercado laboral' al abaratamiento del despido; 'regularización tributaria especial' o 'tributación de rentas no declaradas' a una amnistía fiscal; 'moderación salarial' a bajar los sueldos; 'externalización de servicios' a privatizar los públicos; 'reajustar los precios' a subirlos; 'movilidad exterior' a tener que emigrar al extranjero; 'ruina' a la falta de liquidez de una empresa; 'regulación de plantilla' a su reducción; 'crecimiento negativo' al decrecimiento económico; 'apoyo financiero' al rescate, etc. Pero más que eufemismos son crueles sarcasmos algunas expresiones referentes al ámbito político, como denominar 'misiones de paz' al envío de tropas a un conflicto bélico; contemplar sin pudor como 'daño colateral' a las víctimas civiles de las guerras; llamar 'exiliados políticos' a los fugados al extranjero perseguidos por la justicia; reconocer un terrorismo 'light' o 'bueno' cuando es de dominio común que solo hay una clase de terrorismo; denominar 'cambio de opinión' a la mentira; calificar como 'investigados' a los imputados judicialmente; llamar 'tráfico de influencias' al soborno; considerar 'desequilibrios territoriales' las desigualdades entre ciudadanos de espacios geográficos diferentes, etc. A esta pequeña pero significativa muestra podríamos añadir otras de índole diferente hasta completar una extensísima lista de vocablos de la neolengua de la clase política española, una casta que no se sonroja ante tamaño embuste, al contrario, se siente satisfecha por la impunidad que le proporciona su estatus político mientras los ciudadanos asistimos a este 'festival lingüístico' perplejos e impotentes por no poder rebatirlo.
En una sociedad democrática es inaceptable ese uso espurio de la lengua española que pretende ocultar realidades adversas o encubrir fiascos para obtener un beneficio político, puesto que, además de mostrar claramente un comportamiento poco honesto, supone un ejercicio de impostura de una lengua que va en contra de su propia naturaleza. En ese discurso político creado para que «las mentiras parezcan verdades» no hay ingenuidad ni inconsciencia, porque es fácilmente detectable algo muy grave de funestas consecuencias como advirtió Nicolás Sartorius: «La manipulación torticera del lenguaje es uno de los elementos que más corroe la democracia, y es además un hurto intelectual porque lleva a la corrupción de las ideas».
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