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Hace más de quinientos años, Elio Antonio de Nebrija estableció la regla de oro de la ortografía española: «hay que escribir como se habla, y hablar como se escribe», un objetivo que sigue vigente en la 'Ortografía de la lengua española' (2010): «en la escritura ... de las palabras deben representarse todos los fonemas que se articulan en su pronunciación y, recíprocamente, pronunciarse en la lectura todos los grafemas que aparecen representados por escrito». Dicho de modo más simple: «debe escribirse lo que se pronuncia y pronunciarse lo que se escribe». Una empresa difícil de lograr porque el español no siempre se escribe como se pronuncia según señala también la 'Ortografía': «subsisten, [...], varias grafías que, por razones etimológicas o de conservación de hábitos gráficos fuertemente arraigados, se emplean en la representación de un mismo fonema». Una 'anomalía' que asumen las normas ortográficas de la RAE y ASALE aunque cuestionada por prestigiosos gramáticos como Andrés Bello y notables escritores como Juan Ramón Jiménez o Gabriel García Márquez quien alzó la voz en el I Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en la Zacatecas (México) en 1997 para proclamar: «Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre los acentos, entre la ge y la jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde dice lágrima, ni confundirá revólver con revolver». A pesar de la coherencia de esa propuesta, no sería posible aplicarla porque no todos los hispanohablantes pronunciamos igual, (seseo, ceceo, yeísmo...), y además porque las normas ortográficas proporcionan informaciones que van más allá de lo ortográfico, añaden referentes de diferente índole que es preciso reconocer y valorar. Uno de ellos es el recuerdo más inmediato de su origen: el latín, de su enorme legado lingüístico heredado por el español, la h muda (pronunciada aspirada como rasgo dialectal en partes de España y América) sigue aún viva en la ortografía española. Y a través del latín recibió grafías del griego en psicología, psiquiatría, pseudocientífico, gnóstico, hoy consideradas cultismos (aunque se recomiendan sicología, siquiatría, seudocientífico, nóstico). Hasta la actualidad, el español experimentó numerosos cambios ortográficos, bien por su propia evolución o por la incorporación de grafías extrañas a su propia naturaleza, algo que se constata en blog, chat, web, identikit, sándwich, kétchup, golf, surf, kayak, punk, rap, récord, wéstern, resort, cómics, hándicap, test, etc., más algunas ya desparecidas en vocablos 'españolizados' como cruasán, espagueti, capuchino, volován, beicon, bulevar, bungaló, escáner, grafiti, esprínter, chequear, tableta, rocanrol, esmoquin, etc. La presencia de grafías ajenas al español aportan al mundo hispanohablante nuevos conocimientos científicos, tecnológicos, sociales, culturales, deportivos e inéditos estilos de vida.

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eldiariomontanes A propósito de la ortografía