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El capitalismo se ha transformado, algo que ocurre más o menos cada siglo. Pero ahora, en esta era digital, nos encontramos ante una situación extraordinaria en la que toda la estructura del capitalismo está basada en la comercialización del comportamiento humano. Vivimos en un mundo ... en el que todo lo que hacemos está monitoreado.
No digo nada nuevo si afirmo que el uso de algoritmos se está extendiendo a muchos ámbitos de la vida social y personal y que los dispositivos dotados de algoritmos son cada vez más potentes, tienen la capacidad de gestionar cantidades crecientes de información y de realizar operaciones cada vez más complejas. La economista y socióloga Shoshana Zuboff ha popularizado desde 2013 el término 'capitalismo de la vigilancia' referido a la mercantilización de los datos personales. Cada una de las revoluciones tecnológicas acaecidas en la historia han proporcionado a los seres humanos nuevas capacidades y poderes. La máquina de vapor creó una fuente de energía cualitativamente nueva, que nos liberó de las limitaciones de la fuerza física, tanto humana como animal. La revolución biotecnológica nos otorgó la potestad 'divina' de crear vida mediante la ingeniería genética, pero su desarrollo no hubiera sido posible sin la informática. La revolución digital ha proporcionado a la especie humana un poder extraordinario para manejar información, lo que se traduce en la capacidad de transmitir, almacenar y procesar enormes cantidades de datos en periodos de tiempo infinitesimales.
Este poder de gestionar tanta información está muy desigualmente repartido. La pandemia y el desarrollo de la enseñanza online en nuestro país ha puesto de relieve la 'brecha digital' que existe entre unas personas y otras. No es lo mismo que un estudiante disponga de una conexión de banda ancha a Internet o que no cuente con ella. La situación de quienes tienen su propio ordenador es incomparablemente mejor que la de los que han de compartirlo con sus hermanos o con toda la familia. Por eso, el acceso universal a la red de redes es una de las reivindicaciones más extendidas entre las organizaciones de defensa de los derechos digitales.
Si atendemos a la concentración de poder, se constata que nuestras acciones son transformadas en datos, que son propiedad de las grandes empresas del capitalismo de la vigilancia (Google, Meta –anteriormente Facebook– o Amazon entre otras). A partir de esa información, estas empresas pronostican nuestro comportamiento. Luego venden esos pronósticos. El negocio de las empresas de este sector es un nuevo tipo de publicidad basado en ofertas personalizadas, lo que explica la insaciable voracidad de datos de la que hacen gala las plataformas digitales. La obtención de beneficios en ese sector ha sido el principal motor económico que ha impulsado el desarrollo de las tecnologías digitales. Las actuales técnicas de análisis de datos permiten prever nuestras reacciones frente a determinados estímulos. Esta capacidad es la que se utiliza para ofrecernos productos o servicios acordes con los gustos e intereses que hemos ido manifestando por medio de nuestra interacción con la plataforma y, en general, a través de nuestra actividad en Internet. Permiten también predecir las circunstancias concretas en las que una oferta resultará más eficaz, incitándonos a consumir un determinado producto.
Los algoritmos han colonizado nuestras relaciones personales, especialmente a través de las redes sociales. Algunos de sus aspectos esenciales se han visto alterados o modificados debido a la lógica algorítmica combinada con los intereses del capitalismo de la vigilancia. Modifican la lógica de las relaciones personales porque reconfiguran la propia identidad de las personas: crean una identidad digital para nosotros y nos inducen a que nos parezcamos cada vez más a ella. Las empresas del 'capitalismo de la vigilancia' han desarrollado la capacidad de agrupar todos los rastros digitales que hemos ido dejando en Internet y de fabricar un dossier exhaustivo sobre nosotros mismos, nuestras actividades y gustos.
El negocio de la recopilación y procesamiento de datos surge en el contexto de la globalización neoliberal, marcado por la privatización y mercantilización: los datos digitalizados se convierten en mercancías y fuente de beneficios.
El Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea, de diciembre de 2023, ha supuesto un avance en la regulación de los derechos de los usuarios. Sin embargo, resulta necesaria una «educación para la ciudadanía digital» que debería realizar una tarea de alfabetización más allá del aprendizaje sobre herramientas y tecnologías. Esta educación debe aspirar a empoderar tanto a los ciudadanos como a las empresas, dotándolos de la capacidad de beneficiarse de un mercado de datos integrador y justo. La difusión de programas de alfabetización y la implantación de medidas de seguimiento adecuadas pueden mejorar las condiciones de trabajo y, en última instancia, respaldar la consolidación y la senda de innovación de la economía de los datos en la Unión. Las autoridades competentes deben promover herramientas y adoptar estrategias para impulsar las capacidades de alfabetización en materia de datos de los usuarios y entidades.
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