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Han transcurrido más de 50 años desde que el Massachusetts institute of Technology (MIT) publicó, por encargo del Club de Roma, el ensayo 'Los límites del crecimiento'. Un debate que ha resurgido de la mano de un grupo de economistas y antropólogos que alertan sobre ... los peligros del crecimiento indefinido. La Agenda 2030 de la ONU para el Desarrollo Sostenible es una respuesta necesaria al reto de cambiar el actual modelo de desarrollo económico, social y medioambiental.
Durante décadas, las estrategias dominantes han confiado mucho en el mercado y la tecnología para resolver problemas económicos, ambientales y sociales, con políticas escasamente preventivas. Los nuevos aires que soplan en la economía de mercado orientan cada vez más al capitalismo a compenetrarse con el mundo natural y buscar formas de vida saludables. Las empresas necesitan estrategias de competitividad sostenible y responsabilidad social, introduciendo criterios de éxito más diversos que simplemente el rendimiento económico/financiero.
Algunos autores reconocidos en el ámbito de la dirección empresarial, como Michael Porter, ya señalan la necesidad de que las compañías no solo garanticen una determinada responsabilidad social, sino que se comprometan a crear valor social. Asimismo, los ciudadanos deben adoptar pautas de comportamiento de consumo racional y corresponsabilidad por el bien común. Y las sociedades, a su vez, dotarse de instituciones fuertes para promover modelos sostenibles, resilientes y equitativos.
La controversia sobre el crecimiento sigue estando en pleno auge y se ha reavivado en la etapa poscovid, tanto en el contexto de la recuperación a corto plazo como en la planificación a largo plazo para la transición hacia la sostenibilidad. Se abren, pues, nuevos debates sobre crecer menos, de otra forma y con fundamentos cualitativos, sostenibles y equitativos. Cuestiones como la desigualdad creciente, la pobreza, los flujos migratorios irregulares, el deterioro ambiental o la pérdida de biodiversidad son cruciales en la consecución de un desarrollo más sostenible.
Trabajos académicos como el de Tim Jackson ('Prosperidad sin crecimiento: economía para un planeta finito') han comenzado a sugerir algunos límites 'seculares' al crecimiento, especialmente desde la Gran Recesión pasada.
Con esta lógica, surge la visión de una gran transformación socioecológica que busca reducir el consumo de recursos y energía, priorizando el bienestar social en un marco sostenible y resistente. Esto implica reconocer la necesidad urgente de desvincular la calidad de vida y el bienestar del crecimiento económico. El premio Nobel de Economía Jean Tirol ('La Economía del Bien Común') plantea la utilización de unos indicadores distintos a los clásicos que permitan medir no solo los aspectos financieros y monetarios de la economía, sino también aspectos sociales y culturales. Para medir el bienestar de un país, frente al indicador del Producto Interior Bruto, propone el 'Producto del Bien Común', que incluye también aspectos como la cohesión social, la solidaridad, la participación, la calidad de la democracia, la política medioambiental, el justo reparto de los beneficios, la igualdad de género o la igualdad salarial, entre otros.
El reto fundamental del decenio 2020-2030 radica en afrontar nuevos escenarios de recuperación económica y transformación social en base a modelos de progreso sostenible que operen de manera segura dentro de los límites ambientales. La apuesta políticamente más avanzada se decanta actualmente por las vías del crecimiento verde, la ecoeficiencia y el rediseño ecológico, a sabiendas de ser una respuesta insuficiente para garantizar profundos procesos de transformación, dadas las experiencias acumuladas al respecto y las tendencias observadas. Estas iniciativas se complementan con otras políticas horizontales basadas en el retoque de los sistemas fiscales (fiscalidad ecológica) y la adaptación de los sistemas financieros (inversiones sostenibles), cuyo alcance todavía se ve aún muy limitado por la fuerte resistencia al cambio de estos modelos convencionales, ya que están muy arraigados en las estructuras económicas asentadas en el crecimiento. De hecho, la realidad es que, hasta ahora, los poderes económicos no han estado demasiado dispuestos a adquirir fuertes compromisos para vencer estas inercias de los sistemas productivos dominantes.
Una buena noticia es que los fondos Next Generation EU han nacido para garantizar una recuperación sostenible que sea inclusiva, socialmente justa, resiliente y ecológica. Por ello, es esencial que los líderes políticos guíen al resto de actores económicos y sociales hacia la mejora del bienestar de la población y el uso responsable de los recursos naturales, en armonía con el desarrollo económico. Esto implica promover modelos de consumo y producción más sostenibles, orientados a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y construir sociedades más pacíficas y justas.
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