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¿Quién no se tambalea un poco alguna vez? Todos lo hacemos. Yo precisamente ayer. Me di un cosque en la sien con la esquina subiendo a oscuras y pensé: ya no soy el que era. Así se lo dije a mi mujer: ya no ... soy el que era. Y me contestó que nunca lo fui. Pero bromeaba. Y lo sabe. Estamos Lutxo y yo en la terraza del Torino viendo pasar la vida un día más y entonces me suelta: No estarás, por casualidad, tratando de insinuar que la justicia se tambalea, ¿no? Y le digo: Yo no insinúo nada, salvo que todos nos tambaleamos alguna vez. Ahora bien, si algo se tambalea siempre y en todo momento es la justicia. Si algo hay más largo que la noche de los tiempos es la sed de justicia. Echa un vistazo al mundo de ahora, si eres capaz de soportarlo, y dime: ¿Te gustan sus jueces? Son humanos todos ellos. Atrapados en sus laberintos y nerviosos por mil afanes. ¿Acaso te parecen sabios, ponderados e imparciales los jueces de este mundo? La justicia siempre está en cuestión y es mejorable. Que la administración de la justicia suponga un poder, parece inevitable. Que sea independiente, no hay quien se lo crea. Eso, en todo caso, será un desiderátum. Un ideal. Ahora bien, no nos queda otro remedio que confiar en la justicia. La que toque.
Mientras preparamos la Navidad, vemos cómo el mundo entero asiste en silencio y paralizado al horror sistemático de las bombas que caen sobre gente indefensa que huye despavorida. El mundo en que vivimos se está endureciendo mucho. Y la justicia hará lo mismo. Cuando yo tenía treinta años creíamos que el futuro sería mejor. Los que tienen treinta años ahora creen que el futuro será peor. Algo ha cambiado.
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