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Para bien o para mal, la vida es como es. Y luego, últimamente, está el nihilismo narcisista imperante que, al parecer, va a seguir inflamándose sin parar. Al menos durante los próximos veinte años. Si es que no colapsamos antes, claro. Y ahora una escena ... de hace apenas tres días en un restaurante. Estamos comiendo y, en la mesa de al lado, hay una familia moderna. El niño y la niña, de cinco y siete años, respectivamente, están todo el tiempo con el móvil. Dos horas. El padre y la madre hablan de sus cosas. El niño y la niña no dicen ni mu, los ojos adheridos a la pantalla, ambas manitas aferradas al aparato. El padre pone la comida en la boca de la niña y la madre en la del niño. Yo cuento lo que veo. Y parte de lo que veo me aterra, naturalmente. Todavía no sabemos cuáles van a ser las verdaderas consecuencias de educar así, pero yo, lo siento mucho, me temo lo peor. A las educadoras y educadores les diría: sacad las pantallas del aula lo antes posible. Pero el nuevo ser humano ya está aquí. Y no va a haber modo de pararlo, me responderán los pedagogos del futuro. Nunca ha habido cerebros como estos. Puede que el mundo de hoy sea maravilloso y fascinante, lleno de logros y diversiones increíbles (eso tú sabrás si te lo crees o no), pero cada vez necesitamos consumir más antidepresivos y ansiolíticos para soportarlo. Y cada vez a edades más tempranas. O sea, que algo falla. Seguro que ya te habías dado cuenta. La escena de los niños atónitos abducidos por la pantalla la hemos visto todos, lo sé. Y a continuación la rabieta terrible cuando intentan quitársela. El nihilismo narcisista ha llegado para quedarse. Mala noticia.
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