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Te dicen que es muy importante saber quién eres. Pero más importante aún es saber quién no eres. Mucha gente ignora quién no es. Y ... eso es un desastre. Empiezas a actuar como quien no eres y a decir las cosas que suelen decir quienes no eres y eso te vuelve loco: vives torpemente, acabas confusa, te golpeas por ahí con las fantasías anhelantes. Por otro lado, saber quién eres de verdad es imposible, claro. Porque no solo eres la que eres sino que también eres el que podrías ser con un par de buenas decisiones y algo de suerte. Y la que fuiste y ya no eres, pero aún queda algo, aunque solo sea un cierto aroma. Y el que te gustaría ser y, aunque de hecho no eres, también eres de algún modo vagamente melancólico. O sea, que todos tenemos una imagen más o menos distorsionada de nosotros mismos. Y en el fondo lo sabemos. O deberíamos saberlo. Por nuestro propio bien. Porque, al final, más que saber quién eres, lo que de verdad te va a ayudar es saber quién no eres.
Por ejemplo, yo no sé quien soy, pero sé que no soy Tamara Falcó. Ni Elon Musk. Y que, claro, el mundo se está poniendo últimamente un poco raro. Ya no puedes estar segura de si lo que estás viendo es real. Y quien dice viendo, dice oyendo. Con todo lo que se oye por ahí acerca de la inteligencia artificial y demás. Puede que la verdad acabe siendo otra fantasía, suena muy espeluznante, pero yo no lo descarto. Ahora bien, la sanidad pública hay que salvarla como sea, creo. Díselo a los tuyos. Diles que es lo único que nos queda. La verdad ya está perdida, tal vez. Pero la sanidad pública hay que apuntalarla. O se la llevarán como todo lo demás. Díselo a tu gente, te lo ruego.
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