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El aumento de la esperanza media de vida y el número relativo de personas mayores es el envejecimiento poblacional, que constituye un logro desafiante y un factor clave en la redefinición económica global junto a la revolución tecnológica y el cambio climático; este fenómeno transformará ... la sociedad y la economía del planeta.
La esperanza media de vida en España era de 35 años a principios del siglo XX y se ha incrementado a más de 83 años en la actualidad, situándonos como el tercer país del mundo, superados únicamente por Suiza y Japón. En coherencia con este progreso, la Unión Europea y por tanto España, promueven un envejecimiento activo y un estilo de vida saludable a lo largo de todas las etapas de la vida.
En este contexto surge el concepto de la Silver Economy, que engloba a los productos, servicios y actividades económicas creados para satisfacer las necesidades de los mayores de 50 años. Se distinguen dos ámbitos; en primer lugar, la economía destinada a cuidarnos cuando tenemos mala salud, que incluye los gastos en atención sanitaria y cuidados de larga duración o dependencia; en segundo lugar, la economía de la longevidad relacionada con el gasto que generamos en condiciones de buena salud. Es decir, el que destinamos a comprar bienestar, ocio, cultura, movilidad, turismo y tecnologías de la comunicación, entre otros; esta economía que disfrutamos en condiciones de buena salud abarca una amplia gama de productos y servicios, empresas y empleo, definiendo la forma en que las personas mayores contribuyen a la actividad económica.
La soledad es un problema de salud pública que emerge como un desafío en este panorama. Tanto la soledad como el aislamiento social están asociados con resultados de salud negativos. Específicamente, sabemos que el aislamiento social es un predictor más fuerte del riesgo de morbimortalidad que la soledad, que incide más en afecciones psicológicas, aunque ambas condiciones se superponen. Estas dos situaciones y especialmente el aislamiento social, tienen efectos negativos en el envejecimiento y en la economía, especialmente en la Silver Economy. Aumenta la prevalencia de las enfermedades prevenibles, la presión sobre la sanidad y los cuidados de larga duración. La soledad no deseada es tóxica para la salud, con un impacto negativo comparable al del tabaquismo, la obesidad, la falta de ejercicio, la contaminación, etc. Incrementa la morbilidad por enfermedades crónicas, ictus, cardiopatías, depresión; también aumenta la demanda de gastos sanitarios y de cuidados de larga duración, hospitalizaciones y producen un incremento en la mortalidad por cualquier causa, acelerando el envejecimiento no saludable y afectando negativamente a la economía de la longevidad.
En España, un informe reciente estima los costes relacionados con la soledad en 14.000 millones de euros en 2021 (1.17% del PIB). En la 'Cantabria unipersonal', para conocer estos costes sociales, precisamos análisis dinámicos cuantitativos detallados y estructurados por los sectores afectados para comprender y anticipar escenarios de mejoras si aplicamos intervenciones contra la soledad no deseada y el aislamiento social. Debemos contar con evidencia cuantificada del impacto negativo de la soledad y el aislamiento social en la salud y en la economía, de manera equivalente a como hoy ya conocemos el impacto del tabaquismo, la contaminación u otras sustancias tóxicas para la salud o comportamientos de riesgo. Al igual que sucedió con estos factores tóxicos, la investigación científica permitirá conocer los mecanismos biológicos que explican la conexión entre la soledad y la enfermedad, de la misma manera que hoy sabemos que el tabaco produce cáncer de pulmón sin lugar a dudas.
En este contexto, las estrategias de salud deben ser exógenas y endógenas y deben afrontar las causas y las consecuencias de la soledad. Externamente, primero, en relación con las causas, se deben implementar intervenciones públicas preventivas que aborden los determinantes sociales y factores de riesgo relacionados con la soledad. Simultáneamente, en lo que respecta a sus consecuencias, las políticas deben garantizar las necesidades básicas para la vida diaria, los cuidados de larga duración, el apoyo en la convalecencia, con protocolos de atención al ingreso hospitalario del paciente solitario, promover las relaciones sociales y la participación en la vida comunitaria. En segundo lugar, endógenamente, la persona es responsable de sus actos; debe fomentar su autonomía personal, los autocuidados y evitar las conductas de riesgo para lograr un envejecimiento activo y saludable.
En conclusión, la gestión en positivo de la soledad en las personas mayores mejorará la salud de la sociedad y de la economía, disminuirá las enfermedades prevenibles o retrasará su aparición en una cohorte más avanzada, atenuará la presión sobre los sistemas de atención sanitaria y cuidados de larga duración y mejorará la sostenibilidad del estado de bienestar. Esto sentará bases sólidas para un futuro más próspero y equitativo. Y como las medidas preventivas mejoran la salud en cualquier etapa de la vida, cuanto antes comencemos, mejor.
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