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En la Mesa del Ferrocarril, en manifestaciones, en concentraciones o con cualquier llamada o correo sobre el ferrocarril inevitablemente me vienen a la cabeza un montón de recuerdos relacionados con mi niñez y adolescencia. Cuando uno pasa sus primeros años de vida entre trenes ... y ferroviarios es imposible parar esa sucesión de imágenes que se agolpan en la mente. Hoy he decidido contarlo como un homenaje a aquella familia de trabajadores, a aquel mundo de máquinas de vapor -que, aunque ya agonizaban, tuve el privilegio de conocer- y a las estaciones ennegrecidas por el tiempo y el uso.
Mi abuelo, mi padre, mis tíos e incluso una tía abuela fueron trabajadores del entonces llamado Ferrocarril Cantábrico, un camino de hierro que vertebraba nuestro territorio y nuestras vidas. Un camino sobre el que giraba la economía de una tierra que, a mediados del siglo XX, tenía una industria y un comercio verdaderamente importantes y que, al igual que en el caso del ferrocarril, he visto cómo se iba desangrando sin que nada ni nadie taponase la hemorragia.
Recuerdo ver pasar aquellos largos mercancías por la estación de Bezana, donde mi padre cubría bajas y vacaciones, y contar el número de vagones que conformaban el convoy. Transportaban troncos de África, grandes piezas metálicas o enormes rollos de alambre, así como sacos de manzanas, gallinas o pequeños paquetes que se depositaban en los almacenes de cada estación, que más tarde los interesados recogían para acabar echando la tarde charlando con el jefe de estación o con el factor autorizado de turno.
Recuerdo a los mozos con aquellos carretillos que les servían tanto para acercar las maletas al tren como para llevar a un domicilio un saco de patatas, o los paquetes llegados del pueblo, a cambio de una propina. A casa venía Luis, se sentaba en la cocina y se quedaba a comer o a cenar. Después se llevaba un bocadillo que le preparaba mi madre.
Recuerdo las maniobras de las locomotoras en 'Pequeña', así llamaban a aquella zona, cerca de La Marga. Iba allí con Chomin, un enganchador. Sí, hoy sería inimaginable ver a un niño entre vagones mientras los desenganchan, o subido a una locomotora mientras gira en una rueda enorme.
Recuerdo los vagones con asientos de madera en los que viajábamos cuando íbamos de acampada, y a los revisores que mandaban parar el tren en mitad de la vía para que nos bajásemos más cerca de nuestro destino. Era un ferrocarril con más retrasos y averías que ahora, pero era nuestro ferrocarril. Aún estamos a tiempo de recuperar este elemento que significa progreso y cohesión para Cantabria.
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