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La actual ley electoral dificulta obtener en nuestro país una mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, lo que hace que, en demasiadas ocasiones, a la hora de formar una mayoría estable, haya la tentación de buscar por parte del partido llamado a formar ... gobierno la participación, bien activa o mediante su abstención, de los partidos independentistas presentes en el Parlamento, como son el Partido Nacionalista Vasco, Ezquerra Republicana de Cataluña, por no citar a los herederos de los etarras vascos o a los partidos independentistas catalanes.
Llegados a este punto se plantea una cuestión que no es baladí: ¿podemos fiarnos de los partidos independentistas? La experiencia de los últimos años no invita precisamente al optimismo. Y es que tales partidos son, por definición, egoístas e insolidarios, pues solo les interesa lo suyo propio y si participan en el conjunto, en tanto logran su objetivo ultimo –que no es otro que la independencia de su comunidad–, es porque con ello esperan conseguir pingües beneficios. Y ello con independencia de su signo ideológico, como se puede ver en partidos muy de derechas, como el Partido Nacionalista Vasco, (cuyas opiniones retrógradas impresas en su ADN por su fundador se manifiestan a la primera oportunidad) mientras otros partidos independentistas vascos están situados muy a la izquierda, con características no muy recomendables, como son su cercanía a grupos terroristas.
Igual cabe decir de los partidos catalanistas, unos de izquierda, otros de derechas, pero todos solo pendientes de lo suyo y vendiendo sus votos a quien más les ofrezca. A la vista de lo anterior nuevamente cabe preguntarse: ¿es posible fiarse de tales partidos? Que se lo pregunten a Rajoy, cuando a los cuatro días de pactar con el PNV los presupuestos generales y después de haber obtenido en ellos, como hacen siempre que son necesarios para algo, una buena tajada, le traicionaron votando su destitución en la moción de censura presentada contra él. Igualmente es seguro que quienes de uno u otro signo le precedieron, guardan de ellos análogo recuerdo, incluidos los que elaboraron la actual Constitución, ya que una vez obtenido el concierto que les da el control casi total de la economía de su comunidad, (sin por ello renunciar a influir en la del resto de España), decidieron abstenerse en el correspondiente referéndum por aquello de que no era su Constitución, (aunque lógicamente no renunciaron a lo que la misma les concede, comenzando por el propio Concierto Económico).
Igual pregunta podríamos hacer a Felipe González o a José María Aznar, cuando ambos se vieron obligados a pactar con la antigua Convergencia y Unión, (aunque por esas fechas Convergencia –o como se llame ahora– aún no se había echado al monte), formación política que sacó de uno y otro pingües beneficios en forma de competencias y compensaciones de todo tipo, para luego, a la primera oportunidad, dejarles tirados, quizás porque ya no podían obtener más de ellos.
¿Ha servido eso para integrar a esos partidos en el espacio común de España? No, porque cada concesión que se les hacía sólo servía para abrirles más el apetito para formular nuevas exigencias. No, porque las diferencias que poco a poco se fueron estableciendo entre sus comunidades y el resto de España sólo han servido para posteriormente utilizar sus llamados 'hechos diferenciales' para considerarse superiores al resto de los españoles. No, porque dejarles hacer y procurar no molestarles solo ha servido para que se crean con mejores derechos que el resto de los españoles.
La respuesta, por tanto, a la pregunta formulada de si podemos fiarnos de los partidos nacionalistas, es clara: no, rotundamente no. Y es que por mucho que se les conceda para lograr, en palabras de algunos políticos, un mejor encaje dentro de España, ellos no van a renunciar a su objetivo último: la independencia de sus respectivas comunidades. Por ello, quizás lo único que quede sea aplicar, tanto a Cataluña como al País Vasco, la teoría que durante la segunda República expuso Ortega en el Congreso de los Diputados cuando discutiendo el Estatuto de Autonomía de Cataluña dijo aquello de «el problema catalán es un problema que no se puede resolver; que solo se puede conllevar». Pues eso, conllevemos con paciencia unos y otros, como quizás ellos tengan que acostumbrarse a hacer también con el resto de los españoles.
Por todo ello sería deseable que los partidos constitucionalistas se dediquen, de una vez por todas, a buscar soluciones a los problemas que afectan a todos los españoles y no a una parte de ellos, apoyándose entre sí, sin negociar –cosa bien distinta es dialogar– con quienes han demostrado, una y otra vez, que solo les importa lo suyo, por lo que no es lógico, para intentar contentarlos, darles más que a los demás, pues ni lo merecen, ni lo agradecen, ni son de fiar. Sin embargo, esta parece ser la vía que el Sr. Sánchez ha elegido para lograr su investidura como Presidente del Gobierno, a pesar de lo negativo, cuando no desastroso, que ello puede ser para el futuro de España y hasta para su propio partido.
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