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Es tiempo de celebración, de fiesta. Se produce el reencuentro con los seres queridos. Es ocasión para desempolvar tradiciones. Es momento para hacer balance, y también para formular proyectos. Es ocasión para reconciliarnos, y para agradecer. Y para dar un abrazo. Es ... tiempo para dejar fluir sentimientos, y para reflexionar sobre valores que se han olvidado. Y, sí, son fechas de consumo, de gastos superfluos.
Cuando un rito comunitario se mantiene siglo tras siglo, y se extiende a otras sociedades, significa que cumple importantes funciones. Lógicamente, el rito sufre modificaciones y el contacto con otras culturas provoca mezclas. Pero el sustrato fundamental permanece. La explicación es clara: responde a necesidades sociales básicas de producir cohesión social, integrar al individuo.
En primer lugar, necesitamos apoyarnos en la esperanza, en la posibilidad de renacer, de volver a empezar y olvidarnos de lo malo. Frente a la oscuridad, frente a las penalidades, vemos la luz; la vida resurge. En la tradición religiosa, nace el niño-Dios que trae la salvación.
Con las fiestas, el grupo familiar y social se cohesiona, se refuerza el sentido del «nosotros»; y el individuo recobra el sentido de pertenencia.
En una sociedad donde predomina el individualismo y la competitividad, ante la profunda soledad del individuo y la despersonalización, el encuentro navideño es regresar al refugio; es la vuelta al hogar. Es la llegada a Ítaca después de la Odisea. El individuo necesita sentir que no está solo, que pertenece a un grupo basado en el afecto mutuo y la ayuda incondicional.
Las fiestas navideñas están llenas de elementos contradictorios: el sentimiento de alegría convive con la tristeza. El despilfarro y los gastos desmesurados, con gestos de solidaridad con los necesitados. Se producen reuniones sociales protocolarias y encuentros sinceros y cálidos.
Es una fiesta religiosa y un rito pagano, Convive el villancico y la charanga; hay ocasión para el recogimiento, y mil gestos de exceso, pitos y matasuegras.
Los medios de comunicación animan al consumo desaforado, y seguidamente ponen una película que habla del 'Espíritu de la Navidad' y subraya el valor de la familia y de la solidaridad.
Estas fiestas no dejan a nadie indiferente. Efectivamente, los niños las viven con intensa ilusión. Pero, en el otro extremo, hay muchos que subrayan el exceso: demasiados adornos, luces y música repetitiva; demasiada comida, demasiadas compras y regalos; demasiados encuentros sociales... Y el bombardeo de unos mensajes que acaban por angustiar: hay que ser feliz, hay que estar contento, hay que recibir abrazos y abrazar. Sí, no son pocas las personas que están deseando que pasen estos días.
Los símbolos navideños son conocidos. El inicio del año coincide con solsticio de invierno. La fuerza del sol propicia que renazca la vida.
Llega el niño-Dios que, con un mensaje de paz y de amor al prójimo, va a cambiar al ser humano, va a presentar otro modelo de relaciones sociales.
La reunión de la familia sirve para que los mayores cuenten a los pequeños las historias antiguas; y son presentados los nuevos miembros. Y se recuerda especialmente a quienes ya no están. También es ocasión de rememorar tradiciones: una comida, una canción..., que nos hablan de costumbres en las que nos reconocemos.
Como en todas las culturas, la fiesta se celebra comiendo y bebiendo (el banquete es especial: no poseemos recursos ni tiempo para que sea cotidiano). Y se canta y se baila para expresar la alegría de estar juntos y de haber superado dificultades. Y con regalos estrechamos los vínculos. Sí, el intercambio es el cemento de la sociedad.
Escribimos «la carta»: pedimos salud y prosperidad. Y con esa ilusión comenzamos otra etapa del camino, con energías nuevas, con el ánimo recibido. Existe la costumbre de transmitir a las personas queridas un mensaje importante para la convivencia: te recuerdo, te aprecio, te deseo lo mejor; y también: te doy las gracias, y en ocasiones: te pido disculpas.
Y más elementos simbólicos: el árbol, que cobija, y que conecta la tierra con el cielo, con sus hojas verdes y sus frutos habla de la fuerza de la naturaleza. Y las velas y el leño encendido dicen del poder del sol y simbolizan la presencia del espíritu.
Finalizo. Más que otros años, necesitamos celebrar la vida y pararnos a identificar lo que es importante, separándolo de lo superfluo y de lo falso. Demos gracias por estar sanos, por ser queridos y por tener cubiertas las necesidades materiales básicas. Y no olvidemos que hay mucha gente enferma, muchos están solos, muchos pasan hambre. Y la advertencia fundamental: este año no podemos celebrar las fiestas como nos gustaría, la situación sanitaria no lo permite. Los encuentros deben ser limitados y gran parte de las felicitaciones a distancia. Ya habrá tiempo para los abrazos.
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