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La ola de frío Filomena ha dejado nevadas intensas en toda la península. «No nevaba ni hacía este frío desde 2015», comenta Miguel, paisano de Tresviso. «Yo creo que esta [nevada] es más grande», añade Carmen, en San Pedro del Romeral. En ... otros lugares, como Madrid, se ha registrado «la nevada del siglo», copando de forma monográfica los grandes medios, y en Aragón hacía medio siglo de nevadas comparables.
Fenómenos extremos que voces relevantes como la de Javier Lambán, el presidente aragonés, utilizan para poner en duda el acuerdo científico que hay en torno al cambio climático que vive el planeta. «A la vista de las imágenes que nos deja la #TormentaFilomena, no parece que el cambio climático vaya a suponer necesariamente la desaparición de la nieve», tuiteó. No es el único que, aprovechando que el Miera pasa por La Cavada (permítanme adaptar la locución original), lanza mensajes que cuestionan el cambio climático. La deriva trumpista se manifiesta a través de Abascal y los suyos, que cuestionan de forma irresponsable un hecho cierto: la variación del clima se ha acelerado desde el desarrollo industrial y la implantación de un modelo de producción y consumo insostenible que requiere de un cambio profundo.
Con el tiempo y el clima, la clave es diferenciar que el primero, 'grosso modo', se mide en una escala de días o semanas, mientras que el segundo evoluciona a lo largo de décadas o siglos. Una ola de frío puntual es perfectamente compatible con un proceso mucho más largo en el que las emisiones de gases de efecto invernadero, responsables del aumento de la temperatura del planeta, han empinado su subida. Como si caminásemos desde la Plaza Porticada de Santander hasta la zona baja del Río de la Pila y, tras la revolución industrial, subiéramos las escaleras que nos llevan al campo del Regimiento, en El Alta. De hecho, la situación es todavía más complicada porque esta escalera tiene forma de hoja de sierra, con picos y valles, siendo los picos cada vez más afilados y los valles más angostos. Algo que concuerda con la cada vez mayor frecuencia de fenómenos meteorológicos extremos, sequías o inundaciones, concentrándose en muy poco tiempo y, en consecuencia, produciendo daños mucho más graves sobre la vida de personas y animales y sobre ecosistemas e infraestructuras.
Templemos. No es necesario que toda la población tenga amplios conocimientos científicos. Tampoco que los políticos sean investigadores, pero sí que sean responsables para no echar por tierra consensos científicos que perjudiquen a la población.
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