La filósofa de seis años

Así, con la perplejidad de no saber qué hacer con la tirita en las manos, nos hemos quedado muchos por la muerte de Quino, el creador de Mafalda. Nuestra imaginación ha dibujado un funeral con los personajes que habitan su mundo de papel. Veo a Manolito calculando el pingüe negocio que suponen las funerarias con tanto potencial cliente; a Miguelito, preguntando detalles de la aeronave para subir al cielo cuando uno se muere; a Felipe, contento porque ese día no va a ir al colegio; a Susanita, pendiente de si entre los presentes podrá cazar a un buen marido; a Libertad, reivindicando una elegía y música clásica en el velatorio; a Guille, saboreando su chupete y buscando a Brigitte Bardot entre la concurrencia; a los padres de Mafalda, preocupados por el porvenir de sus rebeldes hijos sin la tutela del dibujante; y a Mafalda, triste y con uno de sus inquietantes pensamientos: «Al final, ¿cómo es el asunto? ¿Uno va llevando su vida adelante o la vida se lo lleva por delante a uno?».

Dicen que Quino fue el humorista gráfico más internacional que ha tenido la lengua castellana y entre su gran mérito yo destacaría la facilidad para convertir a esa niña sabia y respondona en una verdadera divulgadora de la filosofía, esa ciencia que busca los principios generales del conocimiento de la realidad y del obrar humano. Y nadie mejor que Mafalda para invitarnos a pensar sobre esos misterios con los instrumentos de la inocencia y del humor. Porque si la imaginación nos consuela de lo que no podemos ser, el humor nos consuela de lo que somos, con el alivio de la risa.