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En la finca de mi padre hay un cerezo que a pesar de ser muy viejo, da unas cerezas de color amarillo, de sabor exquisito. Hay manzanos, que vencieron a la sequía y dieron fruto. También hay un avellano joven, que apunta maneras de generoso ... frutal. Los perales no podían con el fruto este año. Los ciruelos han corrido suerte desigual, uno estaba a rebosar y el otro permaneció ayuno. El olivo nunca dará su fruto, trasplantado de latitudes más cálidas nos asombra con su volumen pero no se acaba de aclimatar. Algo similar ocurre con un almendro, que mi padre me recuerda he de arrancar año tras año. Los acebos pelean contra las heladas, y la encina se va haciendo enorme mientras los nogales resisten el crudo invierno como pueden.
Por sus frutos los conoceréis decía Jesús, también hablaba de arrancar la higuera ingrata, podar las vides y preparar el terreno. Posiblemente nuestro mundo se asemeje a la finca de mi padre, o incluso sea metáfora admitida, la finca del Padre. En ella habitamos cual árboles de la misma, de todos los tamaños, clases y frutos hay. Unos son hermosos a la vista, aparentes, otros son arrugados, siempre con aspecto de viejos. Unos dan fruto y otros no, los hay que dan buena madera, sombra... pero también los hay cuyo fruto pudiera ser mejorable, lo gastado en ellos no rente, e incluso alguien piense que hubiera sido mejor cortarlos. Ojalá Dios, el más paciente hortelano, vaya podando nuestra vida, cavando y abonando nuestro alrededor para que nuestros frutos pasen de ser aparentes o bellos, a buenos. Se nos pide ser buenos, nunca mediocres.
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