Breves notas sociológicas extraídas de la DANA
Ha quedado constancia de que la ciudadanía tiene un gran nivel de madurez
Francisco José Sierra Fernández
Miércoles, 13 de noviembre 2024, 07:10
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Francisco José Sierra Fernández
Miércoles, 13 de noviembre 2024, 07:10
La libreta para un sociólogo ejerce de herramienta fundamental para el trabajo de campo. Permite anotar observaciones, desarrollar ideas clave e incluso hacer reflexiones o ... conclusiones (máxime cuando algún siniestro deja abiertas y muestra las costuras del terreno social). La reciente DANA en Valencia ofrece un gran número de detalles y datos para esta anotación. Desde las imágenes de la acción espontánea de los individuos directamente afectados, pasando por la solidaridad de la ciudadanía, con miles de personas voluntarias, o, por último, la actuación desarrollada sobre el terreno por las instituciones públicas.
En primer lugar, en el caso de los ciudadanos que lo vivieron, por desgracia, en primera persona. Es una evidencia que han echado en falta la acción de las instituciones y que no han llegado a tiempo. Su respuesta, de manera espontánea, ha sido organizar cadenas humanas para ayudarse unos a otros en una mezcla de empatía y solidaridad entre vecinos de las localidades afectadas y limítrofes. Han mostrado, en una situación de tragedia, como diría el gran sociólogo alemán F. Tönnies, el comportamiento nítido de una comunidad de valores y de relaciones personales y afectivas, dejando paso a una enorme oleada de solidaridad que ha actuado como cohesionador social en una situación de enorme crisis personal, social y política.
Por ello, otro fenómeno a destacar es el apoyo brindado por personas voluntarias o empresas que han destinado recursos económicos y materiales, incluso su presencia física en las zonas afectadas. Esta reacción de solidaridad no institucionalizada ha dejado constancia de que la gente se mueve por resortes de apoyo mutuo hacia otras personas que se encuentran a cientos de kilómetros de distancia, y que no se conocen de nada. Los mensajes, amplificados por los medios de comunicación, generan una empatía social difícil de cuantificar y sacan a relucir la generosidad y el mejor de los altruismos. Esto evidencia que somos seres sociales, y por tanto, todas nuestras vidas están interrelacionadas. Y un reconocimiento implícito de que lo sucedido con la DANA nos puede pasar a cualquiera de nosotros (o a nuestro entorno cercano), en catástrofes de similares características. Y más, ante la respuesta de lo institucional, que ha sido percibida como claramente insuficiente. La sociedad, en momentos como éste, se siente vulnerable.
Quedan anotadas muchas incógnitas que precisan de un análisis más pormenorizado. Durante días, los habitantes de los pueblos afectados por la DANA se sintieron, literalmente, abandonados. Una mezcla de incredulidad y de desesperación. Sus preguntas eran: ¿dónde están los resortes públicos que pagamos con nuestros impuestos?, ¿a qué se debe la ausencia del ejercito?, ¿porque no acude nadie a ayudarnos ante la magnitud del desastre? Así, ha quedado patente que, además de la solidaridad comunitaria, es preciso que las administraciones respondan de manera efectiva, eficaz, e inmediata a aquellas personas que lo precisen. Es la única manera de que nuestro sentimiento de vulnerabilidad se vea contrarrestado.
Una primera conclusión, quizá muy dura para ser la primera, es que las administraciones públicas deben ir cambiando su dinámica de trabajo, que se rige por las competencias compartimentadas entre diferentes administraciones territoriales. Incluso, dentro de la propia Administración, un asunto se encuentra distribuido por diferentes departamentos.
Es cierto que la Administración debe tener bien distribuidos sus fines competenciales, pero no es menos cierto, que, en casos de catástrofes naturales como el de la DANA, hay que tender a un protocolo de alertas y emergencias más transversal.
Una segunda conclusión es que la sociedad es cada vez más compleja y cambiante y exige una gestión pública (en su sentido más amplio de planificación, movilización, despliegue y transformación de recursos para solucionar problemas y resultados significativos para la sociedad y el propio país), de manera transversal, y que, hoy día, no se encuentra intramuros de la Administración. Por ello, habría que articular e implementar el conocimiento científico y profesional de las Ciencias Políticas, la Sociología o la Administración Pública, y canalizarlo de manera inmediata para crear valor público para toda la sociedad.
Se trata, en el fondo, de estar preparados para una toma de decisiones que incorpore el máximo conocimiento científico desarrollado desde las Ciencias Sociales. A pesar de ello, sigue habiendo incertidumbre y riesgo a la hora de decidir. Esta es la función esencial de los políticos y de los directivos públicos.
No existe ningún responsable político que se anticipe a lo que va a suceder, más bien a lo que cree que puede suceder. Por ello, siempre prevalecen las dudas y la incertidumbre en la toma de decisiones, sobre todo, en ciertos escenarios que nadie prevé que vayan a acaecer, como en sucesos tan trágicos como éste. Pero de lo que sí ha quedado constancia es que la ciudadanía tiene un gran nivel de madurez y exige la buena gestión de los responsables públicos, más si cabe, en situaciones de gran dificultad, reclamando que las decisiones se adopten de manera rápida, se comuniquen bien, y haya honestidad en la información.
Para otro momento queda el análisis de la desinformación, los bulos que circulan de móvil en móvil, el uso de las redes sociales tanto con intención de generar confusión como para generar cohesión, la falta de autocrítica de los responsables públicos… Se queda mucho en el tintero, para añadir a esta libreta.
*Francisco José Sierra Fernández es presidente del Colegio de Ciencia Política y Sociología de Cantabria
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