¿Quién teme a la EBAU?
El currículum real del Bachillerato es la prueba que hay al final. Enseñamos a competir sin necesidad
Francisco Liñeira
Miércoles, 12 de junio 2024, 07:11
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Francisco Liñeira
Miércoles, 12 de junio 2024, 07:11
Sobrevive todavía en algunos territorios celtas la fiesta del Beltane. Principios de mayo. Bienvenida al verano. Un ritual más, como las Mayas, Eurovisión o la EBAU. El ganado, en Beltane, es pastoreado hacia las majadas de verano y el fuego se usa como protección y ... símbolo de renovación. Las gentes se juntan y, saltando sobre las hogueras, encendiendo sus fogones con la lumbre de todos, se percatan de que estamos unidos en esto de vivir, y que el tiempo avanza, devorando todo, cambiando y haciéndonos cambiar. Si tiramos del hilo de los usos y costumbres podemos encontrarnos a toda la sociedad al final, atada con un lacito.
¿Qué tipo de rito de paso es la EBAU? Uno largo, para empezar: condiciona la práctica docente durante todo el Bachillerato, aunque su función sea clasificatoria y no tanto pedagógica. El sentido común, amables lectores, les confirmará esto que digo: el currículum real del Bachillerato es la prueba que hay al final. Y en esa prueba, en ese rito en el que los chavales entran bachilleres y salen preuniversitarios, enseñamos, en primer lugar, a competir. Sin necesidad, además: si la universidad (o la FP) tiene pocas plazas no es por una maldición bíblica, sino por culpa de una financiación insuficiente o una gestión ineficaz. Sin embargo, nuestras juventudes han de batirse el cobre entre sí para convertirse en adultos. No con espadas, sino con cuadernillos en A3. La avariciosa inercia entrepreneur se adoctrina, no viene dada.
La EBAU también enseña diversidad. Son, al cabo, una serie de pruebas coordinadas pero diferentes en función de los (distintos) Bachilleratos y las (distintas) universidades que las convocan. Un esfuerzo administrativo y humano ímprobo. Todos los agoreros, temerosos de la inminente ruptura de la unidad española, tienen una excusa estupenda para quejarse en junio de la desigualdad entre españoles y clamar por una EBAU unitaria. Se demuestra así que no se entienden las diferencias económicas, de currículo y lingüísticas que atraviesan el país. Dirá alguno: ¡centralícese la educación, y valga ya! La pedagogía y el más elemental sentido común nos dicen que los profesores debemos adaptarnos a cada clase que tengamos delante. Es lógico, ¿no? No hay dos alumnas iguales. Entonces, ¿cómo no adaptar también cómo se evalúa? Si uno tiene tres horas a la semana de castellano no tiene mucho sentido que se le evalúe con la misma prueba que a otro que ha tenido cuatro.
Más complicaciones: no todas las universidades ofertan todos los grados, como sabe bien quien quiera estudiar humanidades en Cantabria. De posgrados y de lo que cuestan y para lo que sirven ya hablaremos en los postres.
Ya vemos que la cosa tiene su intríngulis. Competición y diversidad. Vamos con otra: en EBAU, los estudiantes demuestran el dominio de competencias de las que ya se les ha evaluado en el Bachillerato, para solaz de sufridos correctores. ¿Hace falta? Bueno, es que en la privada se inflan notas. No lo digo yo, lo dice el Observatorio del Sistema Universitario. Más de uno de cada cuatro estudiantes es sobresaliente en la privada. Uno de cada diez en la prueba externa. A este profesor, que viene de corregir EBAU, le parece llamativo. Tiene su lógica que exista una prueba que asegure que la nota con la que entras en la universidad no pueda estar pagada por tu patrimonio familiar. Ya bastante desigualdad tenemos entre quien se puede permitir clases particulares, libros en casa o mesa para estudiar y quien no.
No olvidemos que allende los mares tenemos otros ritos. En Finlandia, los estudiantes se pueden examinar de cada materia en varias ocasiones a lo largo del año. En el Gaokao chino, extremadamente competitivo, hay también versiones por provincia y solo lengua, matemáticas y lengua extranjera en común. En las grandes écoles francesas se pasa por un curso cero de dos años. Otros países contemplan entrevistas, cartas de motivación, porfolios. Hay otros mundos. Se puede cambiar.
Podríamos empezar por dar más peso a la EBAU en la nota de acceso, consensuar ponderaciones de materias en las universidades, armonizar los criterios de corrección entre autonomías o fijar preguntas comunes: diversidad con consenso. Deberíamos aumentar plazas en los grados. Podríamos continuar y, entendiendo la educación como un bien común, prohibir a entidades privadas meter en ella sus zarpas. También me refiero a las pantallas, o a los libros de texto, melones fenomenales. Solo entonces podríamos considerar un cambio profundo en el acceso a la universidad que asegurase que la entrada respondiese a la responsabilidad y al esfuerzo.
A ver si un año de estos conseguimos que este rito por el que hacemos pasar a algunos chavales no lleve incorporado acostumbrarse a la absurdez que gobierna con puño de hierro el mundo adulto. Consejero Silva, ¿se anima?
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