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Una cosa es, y muy respetable, el amor franciscano o simplemente ecológico, al conjunto de los seres vivientes y de la naturaleza, con la conciencia razonable de la responsabilidad que tenemos con ellos y con ella. Otra, muy diferente, es la revolución exigida por el ... animalismo antiespecista que, en su afán de liberación animal, reviste la radicalidad del marxismo, pero promueve al final un retroceso a una edad de oro ante prehistórica. En efecto, se trata de acabar de un plumazo con todas las formas de explotación del animal por el hombre y de la relación mantenida con él.
El primer paso exige borrar la frontera moral que separa la especie humana de las otras especies, sin dejar de asignar a los hombres una responsabilidad específica con respecto a los animales, lo cual encierra una contradicción. A pesar de esta responsabilidad, los humanos, del mismo modo que los animales, se definen por el animalismo tan sólo por su naturaleza biológica y su capacidad de sentir. Cualquier supuesta preeminencia que se nos quiera otorgar en el orden de los valores –conciencia, condición mortal, libertad de elección del pensamiento y de la conducta– no es más que un prejuicio cultural discutible, según Peter Singer, el apóstol de esta ideología, y según el filósofo 'deconstruccionista' Jacques Derrida.
La consecuencia es que en esta 'lógica' la facultad de sentir es el único criterio de la ética, tratándose de humanos y animales. La vida humana no tiene ningún valor intrínseco; la vida no vale más que por el bienestar al cual puede acceder cada individuo –animal humano o no humano–, y por consiguiente un caballo disfrutando de todas sus facultades tiene más derecho a vivir que un bebé recién nacido o una persona discapacitada. Es por lo menos lo que se atreve a inducir Peter Singer.
Tal ideología tiene que desembocar en un proyecto político. La continuidad de las luchas contra todas las hegemonías, supremacías y discriminaciones entre humanos incluye esta vez a los animales, colocados al mismo nivel que el de los grupos y personas discriminados a lo largo de la historia. Pero no nos equivoquemos: la ecología y la liberación animal, a pesar de lo que se piensa, no son del todo compatibles. La ecología se concibe desde el punto de vista de los hombres, y de su preocupación por hacer que nuestro planeta no deje de ser habitable, evitando todos los excesos de consumo y sobreexplotación. El antiespecismo, por el contrario, sólo mira el interés exclusivo de los animales. Para lograr este imperativo el hombre debe intervenir en la naturaleza cada vez que sea necesario y, por supuesto, en la sociedad. La ecología busca la preservación de la humanidad y de las especies animales. El antiespecismo sólo se interesa en la preservación de los animales como individuos, y en el modo en que podemos asegurar su bienestar. Si éste no puede ser garantizado poco importa que una especie desaparezca (caso, por ejemplo, del ganado de lidia si se prohibieran las corridas). Por lo tanto, la biodiversidad deja de ser un fin en sí mismo.
Al amparo de la liberación animal está prosperando un nuevo capitalismo industrial que podría dar la puntilla a los menesteres tradicionales de la carne y al conjunto de las actividades del mundo rural. Se trata obviamente del desarrollo de la producción de carne artificial, iniciada por algunos consorcios agroalimentarios en Estados Unidos, los cuales, dentro de la estrategia de su comunicación, ofrecen un apoyo económico muy significativo a las asociaciones animalistas.
Observamos al final que el antiespecismo viene orientado por dos polos contradictorios: la fe desmesurada en el poder de la acción humana para cumplir con la exigencia fundamental que corresponde a la salvaguarda de los intereses de todos los animales, en total igualdad con los intereses de los hombres. Y, por otra parte, el recelo con respecto a la presencia humana en la tierra, considerada como depredadora global e intolerable. Pero, pregunto, si somos equivalentes a los animales, ¿por qué no tendríamos la facultad de ser depredadores como casi todos ellos?
Para esta corriente ideológica la humanidad no es más que un conjunto de individuos, exactamente como los animales. No representa una comunidad que constituye, en el mundo de los seres vivos, una excepción en lo que se refiere a la jerarquía de los valores. Merece ser sometida si, por ello, se logra la liberación de los animales. Miles de años de civilización humanista vienen cuestionados, una civilización basada, entre otros pilares, sobre el enriquecimiento de las múltiples relaciones que tenemos con los animales, sobre todo en el ámbito rural, y sobre el respeto de su animalidad específica y auténtica.
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