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En junio hará 135 años que el filósofo alemán Friedrich Nietzsche firmó en su alojamiento de la Alta Engadina, en la agreste Suiza romanche, el prólogo a la que sería una de sus obras destacadas: 'Más allá del bien y del mal'. Uno entre ... los muchos aforismos de este libro que se hicieron célebres es este: «Cuando uno combate monstruos, mire de no convertirse en monstruo él mismo. Y cuando miras largo tiempo en un abismo, el abismo también mira dentro de ti». Esto, que podría valer como argumento de fondo de todas las novelas y películas de agentes secretos, sirve también para la política en sus momentos más peliagudos.
La Transición española, como he intentado explicar en alguna otra ocasión, reúne una serie de pactos explícitos o implícitos. Los dos quizá más importantes son el social y el territorial. Por el primero, los más pudientes aceptan pasar dinero a los menos vía servicios públicos y/o prestaciones específicas, y los jóvenes asumen costear las pensiones de los mayores. Por el segundo, el estado se articula en un nivel intermedio autonómico que recoge la diversidad histórica y cultural de España, pero preservando su unidad. Entre 2015 y 2017 emergieron dos tendencias que desafiaban estos pactos, y en ambos casos la dureza de la recesión de 2008-2014 actuó como justificante, real o pretextado según los casos. Una tendencia era hacia la izquierda radical contraria a la ortodoxia económica europea: Podemos y su programa entre Tomás Moro y Robin Hood, que hay que destacar a los ingleses para que no se vean los caribeños. Otra tendencia era la deriva independentista del nacionalismo catalán, agobiado por la combinatoria de su propia corrupción rampante y de los recortes presupuestarios de la Generalitat. Buscó su escape en el 'procés' y al final se lo terminó creyendo.
El PSOE no quiso pactar con Podemos en primavera de 2016: firmó un acuerdo con Ciudadanos y se resignó a la derrota y a las anticipadas. Después de junio, como las cifras fueran parecidas, el propio aparato socialista quitó de escena a Pedro Sánchez y ofrendó una abstención «patriótica» a un pacto del PP con Ciudadanos. El retorno de Sánchez desde las bases volvió a plantear una posible colaboración con los morados, pero aun la moción de censura de 2018 solo previó un ejecutivo socialista monocolor, el que aún sigue en funciones. Podemos no estaba en el guión. La anticipación de elecciones a abril de 2019 fue provocada por los independentistas catalanes, no por Podemos. Incluso así, después de esta votación el PSOE vetó a Pablo Iglesias y trató con displicencia a su socio júnior durante el verano, aunque esta vez era ERC quien rogaba que se pusieran de acuerdo. La rendición socialista a la evidencia podemita, pues, data solo del 10 de noviembre, cuando las enésimas elecciones forzadas por Moncloa dejaron incólume la influencia de la izquierda más izquierda. Desde esa noche, el monstruo es tomado en serio y el abismo algo con lo que convivir (Sánchez justificó la no coalición con Podemos este verano alegando que no podría dormir por las noches; ahora podría incluso echar la siesta por el día).
La circunstancia catalana es un poco diferente, porque el PSC siempre ha oficiado de engrasador de relaciones. Desde luego, una Generalitat en insumisión permanente y un frentismo soberanista como el que se ha vivido forman por sí mismo un monstruo que amenaza la convivencia y la imagen exterior de España. Atraer a ERC a un acuerdo progresista, haciendo que entre en vía pragmática y tenga algo que 'vender' al electorado de las esteladas, es positivo, al margen de si resulta progresista o retrogresista, porque rompe la dinámica de los hiperventilados. Téngase en cuenta que se trata de un pacto entre un partido que apoyó la intervención de la autonomía catalana con el artículo 155 de la Constitución (el PSOE) y otro que se vio directamente desbancado de la Generalitat por esa decisión (ERC). Si ahora Puigdemont fuerza elecciones catalanas, puede hallarse pronto ante un tripartito ERC-PSC-Comuns y el espacio postconvergente se desmoronaría entre puñaladas de pícaro.
Es el PSOE, o su parte «con Rivera no», quien ha decidido combatir los dos monstruos y mirar en los dos abismos, el bolivariano y el junqueriano. Es aquí donde hay que atender la advertencia de Nietzsche. Una política demasiado populista y económicamente contraproducente llevaría al PSOE a posiciones delicadas. Por mucho que en los consejos de ministros la señora Calviño dé la vuelta a la mesa con el botafumeiro de la ortodoxia, en este mundo traidor sigue siendo mucho más fácil aumentar los gastos que los ingresos. Y algunos detalles de la ampliación de la autonomía catalana (que es lo que presumiblemente se pactará) podrían generar movimientos de opinión muy subidos de tono, que asustarán a buena parte del socialismo español. La operación es, por tanto, delicada. A su favor tiene que no hay muchas más alternativas, y que todas las partes contratantes se juegan mucho en éxito del nuevo Frankenstein. Esta vez no se le puede dejar vagar por ahí sembrando el pánico. Se le someterá a terapia de prudencia.
El Partido Regionalista cántabro se descolgó ruidosamente de Sánchez. Sin embargo, eso no debería poner en peligro las inversiones, ya que estas son fundamento no solo del apoyo del PRC en Madrid, sino también del pacto de coalición en Cantabria. No es probable que el ministro Ábalos quiera hacer la faena a Zuloaga y a otros socialistas que gozan de poder municipal. La garantía del 'papeluco' no es el Boletín Oficial del Congreso, sino el de Cantabria, donde se publican nombramientos y ceses. El voto de José María Mazón no es imprescindible si el Bloque Nacionalista Galego se abstiene. Por ello puede desmarcarse de Frankenstein sin realmente ponerlo en peligro, para seguir negociando en el futuro y observar si responde a la terapia.
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