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Uno siempre es hijo de su tiempo y esclavo de sus lecturas. En los albores del milenio, cuando la juventud entraba en la siempre inevitable ebullición hormonal y militante, nos llegó aquel libro de Savater, 'El gran fraude'. En este volumen ligero, que recoge sus ... artículos de entonces sobre el tema vasco, el pensador donostiarra alerta contra la estrategia de interesado compadreo y de alianzas contra natura entre los independentistas periféricos y la izquierda, con perdón, española. En aquellos años, aún vivíamos en la ilusión del malentendido. Como herederos de una cultura de heroísmo y martirio por la libertad antifranquista, algunos (evidentemente, los más ingenuos) pensábamos que, de algún modo, los líderes de la izquierda emprenderían su propio camino de Damasco hasta detectar los rasgos incontestablemente totalitarios del nacionalismo y, por supuesto, del terrorismo etarra.
Ese momento nunca llegó. Quienes hoy lideran las plataformas de «pensamiento crítico» y viven de la representación pública se han mantenido en un precario equilibrio entre la comprensión disfrazada de voluntad pacificadora (Pablo Iglesias, Íñigo Errejón, Javier Madrazo...) y el más descocado apoyo de gente como 'Nines' Maestro y Oskar Matute, fervientes compañeros de viaje del etnicismo de provincias. Lo interesante de este fenómeno de atracción fatal es el desvergonzado uso de la ley del embudo, que permite a la izquierda oficial identificar como fascistas a individuos tan dispares como Albert Rivera, el propio Savater y los chavales del Elías Ahuja, mientras elogia la «encomiable labor» de Arnaldo Otegi, se muestra tolerante con Putin -a quien la presión imperialista de Estados Unidos y la OTAN no habría dejado más remedio que atravesar las fronteras de Ucrania- y quita telilla a la agresión de guardias civiles en Alsasua, «una pelea de bar».
Ante este panorama de desfachatez ideológica, uno, que ya no es joven (ni está atrapado entre Pablo Milanés y Silvio Rodríguez), hace tiempo que no espera rectificaciones por parte de nadie. Así están colocadas las piezas del presente y ningún actor público va a renunciar a un modelo de discurso que se ha demostrado extraordinariamente útil para prosperar en un ambiente crédulo y plano. La filigrana mayor, sin embargo, sigue siendo la impostura de estos partisanos del nuevo siglo, capaces de dictar severas condenas morales a unos universitarios de Madrid y, al mismo tiempo, pasar la mano por el lomo a los dictadorzuelos de siempre y ganar un buen dinero prestándoles asesoramiento político o trabajando en los canales de televisión propiedad de gobiernos que matan a las mujeres por no llevar velo y cuelgan a los homosexuales de las grúas.
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