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Hubo un tiempo en que en Madrid sí te podías encontrar con tu ex. No sé dónde se encontraba Ayuso a finales de los 80, pero nos hubiera venido muy bien a mi primera novia y a mí esa libertad tan liberal que ahora ... propone para no habernos reencontrado tantas veces, con las consiguientes reconciliaciones y las posteriores y dolorosas rupturas. Porque cuando algo se rompe, por mucho pegamento que se le aplique, ya no hay manera de arreglarlo, y, aunque pueda parecer que todo está impoluto, las cosas ya no son como eran, que uno debe actualizarse continuamente si no quiere quedarse estancado en su pasado.
Eran tiempos en los que no solo te podías encontrar con tu ex, a Madrid iba gente de otras comunidades a ver famosos por la Gran Vía, con su cuaderno de autógrafos o con sus ejemplares del 'Semana' o del 'Hola' para intentar conseguir acabar su 'bingo del famoseo' sobre el papel cuché y regresar al pueblo con la felicidad del que se codea con sus ídolos.
También sucedía al revés, famosos en peligro de extinción en busca de un 'chute' de reconocimiento como aquel que, a finales de los 90, en un bar cualquiera, se nos aproximó y nos interrumpió a golpe de gracietas con su no sabéis quién soy yo, que es, junto al si yo hubiera querido, la versión de bar del 'érase una vez', que anticipa siempre una historia de héroes derrotados por su incapacidad para crecer a la par que su aventura y que encuentra consuelo en el recuerdo. Nosotros pensamos que era un 'colgao', uno de los muchos que las drogas habían dejado diseminados después del 92, junto a los ex, por todos los recovecos de la ciudad, buscando que lo invitásemos a algo. Entonces, se llevó la mano a la garganta y pronunció: «Mazinger, planeador abajo». ¡Era Koji Kabuto!, el actor de doblaje de la serie, según afirmaba él y sus incoherentes parlamentos. Le invitamos a otra copa y nos contó su inmersión en las drogas, el dinero fácil, la mala orientación paterna y cómo, llegado un momento que no sabía precisar, se había quedado solo, perdido y, lo que es más importante, sin robot donde meterse para sostener los ataques de los monstruos personales que la vida lanzaba a diario y que uno ha de derrotar con su propio y actualizado fuego de pecho.
Se acabó perdiendo a la salida del bar y, mientras se alejaba tambaleándose, tuve la certeza de que no hay nada peor que quedarse estancado en alguna victoria, que no saber reconocer que la vida es una evaluación continua es el origen de la justificación de todas las derrotas.
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