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No es fácil que los ganaderos nos movilicemos. El apego a nuestra tierra, el compromiso permanente con nuestros animales, la inexistencia de sábados y domingos, nos impide ausentarnos de nuestras instalaciones y participar en otras actividades que podrían ser de nuestro agrado.
Pero algo ... está ocurriendo para que, lunes tras lunes, coincidiendo con el pleno del Parlamento cántabro, decenas de ganaderos nos concentremos allí para demandar dignidad.
Los ganaderos somos gente sencilla, humilde, sin demasiadas aspiraciones, que hacen oído sordo a los grandes anuncios institucionales porque nuestra forma de vida se corresponde con la montaña, con el amor al campo, con un equilibrio que nos ha permitido desarrollar nuestros pequeños negocios y sacar adelante a nuestras familias y a nuestros animales. Lo digo bien, a nuestros animales y a nuestras familias.
En algunas ocasiones nos hemos conformado con que el consejero de turno cambiara y el siguiente nos dejara de insultar acusándonos de todos los desmanes que sucedían en el campo; en otras, hemos mirado hacia otro lado cuando algún compañero participaba de alguna reclamación y recibía una inspección de los servicios públicos como por obra y gracia de Dios. Nunca nos hicimos eco de su retórica medioambientalista ya que nuestro cometido era poner el reloj a las cinco de la mañana y subir al monte para cuidar y conocer el estado de nuestros animales. Hoy, esa realidad ha cambiado. Cada vez que suena el despertador la ansiedad nos invade, no sabemos si vamos a encontrar a nuestro ganado, cuál será el numero de vacas que ha abortado, si algún potro o ternero ha sido herido o, simplemente, si nos pondremos a recoger sus restos, desparramados por el prado.
Es cierto, el lobo no es el único problema para nosotros: el alza de las materias primas, la burocratización del sector que da como resultado que nunca lleguen las ayudas o que lleguen muy -pero que muy- tarde, la propia deslegitimación de nuestro trabajo por políticos que utilizaron nuestro relato para hacerse un hueco y gobernar Cantabria; en definitiva, la venta del patrimonio histórico y cultural de Cantabria frente a un discurso ambientalista, global y fantástico.
Cuando el ganadero de Cantabria es una especie en riesgo de extinción no es suficiente pedir amparo a Bruselas, hay que hacer un ejercicio de contrición y dejar de apoyar las políticas ambientalistas de Pedro Sánchez.
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