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Partiendo de la base de que las guerras las perdemos todos -nacido en 1943 viví toda la posguerra civil española- lo cierto es que una vez se produce, hay una diferencia fundamental entre vencedores y vencidos. Si Putin no pierde este conflicto en toda la ... línea, Europa deberá prepararse para vivir una situación que recordaría mucho a la que ha vivido Corea en los últimos 70 años. Los países europeos que tienen frontera con Rusia lo tienen muy claro y por ello piden una confrontación directa con Rusia. Ni que decir tiene que Ucrania, que está sufriendo este desastre en su propia carne, es la más interesada en que esta guerra se generalice, ya que si Rusia tiene que confrontar a Europa y Estados Unidos directamente, tendría que disminuir muy significativamente la presión que ahora concentra al 100% sobre ese país.
Pero esta sería la tercera Gran Guerra europea en el último siglo (1914-2014). Al final de la segunda, Europa se juramentó para que 'nunca más' volviera a ocurrir en su territorio. El juramento ha durado 80 años; la disyuntiva sería, ahora, ganar esta para garantizar otro largo periodo de 'paz', con el permiso de China y el denominado 'Sur global'. Es muy duro tener que plantear el conflicto en estos términos, pero hay que reconocer el mérito que tiene dicho planteamiento y mirar si existe una alternativa más atractiva con posibilidades reales de éxito.
Mi primera consideración es que las dos primeras guerras europeas acabaron convirtiéndose en mundiales, y una III Guerra Mundial sería más devastadora que las otras dos juntas. Evitar esto por todos los medios es hoy el empeño de Europa y Estados Unidos. China tampoco quiere una III Guerra Mundial y se empeña en ello tanto como Europa y Estados Unidos. A mí juicio sería esta la alternativa del 'mal menor'. Pero del mismo modo que a los países fronterizos con Rusia les beneficiaría objetivamente una tercera Gran Guerra, a Rusia le beneficiaría una III Guerra Mundial que posicione a China y el Sur global a su lado.
Las posibilidades de éxito de la primera alternativa son más elevadas; pero no se evitaría la reproducción del estatus coreano en el este europeo, una permanente espada de Damocles sobre el resto de Europa. Por el contrario, una victoria total sobre Rusia permitiría a la OTAN expandirse a los países de la periferia de Rusia que hoy están federados con ella. La nueva frontera de Occidente podría extenderse hasta los confines de China, si bien a Rusia le quedaría aún la importante frontera siberiana con aquella. Un nuevo 'equilibrio del terror', una II Guerra Fría como la que se estableció en 1950; pero que proporcionó una paz mundial, festoneada de guerras puntuales, durante 80 años. Toda una vida en términos de política internacional.
Mi segunda consideración respecto al 'mal menor' es que un armisticio que incluyese la incorporación de Ucrania a la Unión Europea y la OTAN no sería un mal negocio para los ucranianos. El precio de convertirse en una nueva Corea del Sur, la humillación de perder una parte significativa de su país a manos de su peor enemigo, cosa que enciende el patriotismo y el ánimo de lucha que hoy alienta al pueblo de Ucrania, tendría la compensación de haberse convertido -precisamente- en una nueva Corea del Sur. Uno de los países más exitosos del panorama internacional.
Pero para Europa, la victoria total representaría la oportunidad de llevar a cabo una muy demorada reconstrucción de Rusia, que se inició en los años 90 del siglo XX y se paró en seco con el acceso de Putin al poder. Rusia no está fatalmente destinada a ser gobernada por una dinastía como la de los Kim norcoreanos, aunque tal posibilidad sin duda está ahí y la revolución bolchevique es prueba de ello.
Mi consideración final es que Europa debe reconocer, de una vez por todas, que su visión racional del mundo -donde la guerra es lo irracional- colapsó estruendosamente en febrero de 2022. En su lugar se ha puesto de manifiesto la realidad de que en el mundo hay intereses irreconciliables, situaciones de suma cero (lo que tú ganas lo pierdo yo) tan profundamente enraizadas que son imposibles de soslayar. Hay que plantarles cara. La autonomía estratégica, tanto en cuestiones de seguridad como en tecnología y un largo etcétera, no es una opción entre otras sino una necesidad vital de Europa. Su supervivencia como sociedad libre está en juego.
El carácter de la guerra ha cambiado en el último siglo, pero también la naturaleza de la paz.
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