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En este preciso momento en el que estamos se puede observar cómo se pone en marcha la típica matraca anti Partido Popular dado que va destacado y sin jadeo en las encuestas. Debido a ello, podemos temer decisiones alocadas en la política que nos cuesten ... a los ciudadanos dinero y disgustos varios. Recordemos aquel 'Plan E', de estímulo a la economía y el empleo, o plan Zapatero, que nos supuso un pastón y empujó apenas nada.
En este caso no estamos haciendo una crítica al Gobierno, ni siquiera a los alcaldes de uno u otro signo o a los que nos dirigen en las distintas comunidades autónomas, porque llegado ese momento -o similar-, todos hacen parecido. Aunque cierto es -aquí, entre nosotros-, que unos más que otros.
Las elecciones pulsan el interruptor de las obras por doquier y las promesas imposibles, poniéndose en marcha una vorágine buscavotos-levantacalles en el último año antes de que se celebren. Ahí estamos.
Por lo tanto, sólo nos queda pedir mesura para no repetir errores y advertir que el ciudadano se lo sabe todo. Simplemente con eso y el mensaje de que no hay nada más refrescante en estos días que olvidarse de los sinsabores de la política, ya es suficiente.
Por cierto, dejen de cargar al cambio climático con todo lo malo, que a lo mejor se lo merece, pero aún así no se aprovechen en el futuro, como siempre, del calor extremo y las vacaciones para discutir en el Debate sobre el Estado de La Nación o de la Comunidad que corresponda o del Ayuntamiento que sea, para celebrar una sesión sin tensión que todos bien sabemos que se trata de un paripé y que se sigue muy mal desde la playa.
¡Ah! Y tampoco legislen bajo el sol para que la gente no se entere, porque provoca más indignación de la que creen. Por ello, aunque no sólo por ello, merece la pena estos días hablar de otras cosas.
Por ejemplo, acerca de que «los genios también lloran». Recordemos, al hilo de tal sentencia, una semblanza de hace años sobre José Monge, Camarón de la Isla, cuya figura fue recordada estos días en que se cumple el 30 aniversario de su muerte.
Me he ido «de bruces» a refrescar mi memoria para reconocer de nuevo una antigua lectura sobre Camarón, el artista que me tuvo hace años atrapado en los casetes del coche porque me parecía entender lo que nos quería decir en alguna de sus canciones, a su manera.
De alguna forma me sentí traductor de sentimientos escondidos plenos de ingenuidad y de belleza. Los que siempre se producen al acercarse a un genio, aún sin entender mucho el flamenco, pero absorto por el aire perfumado de sus hélices de innovación y el áurea de libertad y contestación de aquel gitano magistral.
En la lectura, el autor (Montero, 1910) echaba un vistazo sobre el personaje en un viaje muy alejado de la típica biografía cronológica, en el que analizaba el alcance simbólico que le dio pie a una narración muy cercana al genio como persona de su confianza.
Elaborádo en prosa vestida de gitanismo y voces coloquiales del cante jondo, abordaba un arquetipo universal: el mito del héroe marcado por un destino fatal, que yo había creído interpretar en mis modestas deducciones al escucharle.
Se titula 'Pistola y Cuchillo' e identifica a través de anécdotas vividas con el mito del flamenco una perspectiva que nada tenía que ver con lo conocido sobre él. Atrae al lector en su narración hacia esa colonia donde habita el sentimiento desde la zona en la que respiraba y padecía Camarón, que tan importante fue para sus canciones como peligrosa para la salud a consecuencia de sus excesos.
Es fantástico observar el calor con el que el narrador siente los desgarros del flamenco en la garganta del genio y como produce algunas hipérboles: «cualquier cosa dicha por su voz se convertía en profunda reflexión». Era bien cierto que era capaz de expresar más cosas con un solo gesto, que un escritor con la palabra.
Aquellas madrugadas de «aguardiente y claveles que raspaban la garganta», como recordaba Sanz Villanueva, o la más gráfica en mis notas: «Se convertía en pezón saliente donde mamarán todos los futuros artistas flamencos que el arte pariere», como así sucede, donde «se podía rumiar goloso el dolor»... o la que. por razón de mi oficio. fué la que más me atrajo: «Cuando las farolas de madrugada vomitan su luz de quirófano sobre el asfalto». Pena y dulzura,todo a la vez. El no va más.
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