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Todavía forma parte de nuestro imaginario la cabeza del león rugiente de la MGM, laureado con una cinta dorada y el lema 'Ars gratia artis'. Al parecer el uso contemporáneo de esta fórmula procede de la estética ecléctica francesa del XIX, en particular de Victor ... Cousin, si hacemos caso a nuestro Menéndez Pelayo.
En el siglo XIX, con la industrialización se precipitaba el tránsito de la técnica artesanal a la ingenieril, de base científica. Se imponía determinar su alcance, para poder discriminar entre artes tan dispares como las que producían un cuchillo, un distrito urbano o un poema. Recuérdese que nuestra palabra «arte», procede de la latina «ars» que a su vez tradujo la griega «téchnē». Finalmente fue el valor estético de la obra de arte, lo que marcó la diferencia fundamental entre artes útiles o técnicas de los ingenieros y bellas artes o artes sin más de los artistas.
Pues bien, fue en este contexto cultural que se implantó esa poderosa fórmula, para significar que la forma artística era una materialización de la idea, cuya manifestación espacio temporal como ideal o como símbolo era el fin propio del arte; más aún, para sostener que cualquier otra finalidad o intención del artista era extrínseca, incluso espuria, si comprometía su sentido estético. Suponía además la fórmula un rechazo de la aplicación de valores estéticos a ámbitos no artísticos de la actividad humana, como un teorema, una liturgia, o un carácter humano, oponiéndose con ello también a la generalización de la estética.
En la estética española del XIX, fue central la discusión entre los puristas del referido lema y los partidarios de reconocer fines prácticos a las artes, principalmente pedagógicos o sociales. Los liberales conservadores, y el legislador educativo hasta la ley Moyano, entendieron la estética ante todo como ciencia de los principios generales de las artes, confiriéndola así un valor teórico, si acaso al servicio de la crítica artística. Según ellos, la estética sólo podía tener cabida en la educación superior como introducción de la teoría general de un arte, por ejemplo, de la disciplina literatura general en la facultad de filosofía y letras. La sensibilidad quedaba aquí sometida al arbitrio de la voluntad, cuya educación identificaron con la enseñanza de moral católica en sus legislaciones.
Influido por la obra de Krause, Sanz del Río pensaba al contrario que las artes estaban en función de la educación de la sensibilidad y así de la consecución del ideal de humanidad en los individuos humanos y su sociedad. Correspondía a la estética determinar cómo las artes y su sistema se ordenaban a ese ideal antropológico, por lo que la consideró imprescindible y promovió con éxito su institucionalización como disciplina del doctorado en filosofía y letras. La filosofía y las ciencias educando la inteligencia, y la estética y las artes educando la sensibilidad, bastaban según el padre del krausismo para guiar y moderar la voluntad, sin necesidad de educación religiosa. Giner, que no fue tan intelectualista como don Julián, generalizó a todos los niveles la educación estético-artística.
Así desde la ley Moyano hasta la Segunda República existió esa tensión entre los conservadores de «El arte por el arte» y los herederos del krausismo, partidarios de educar la sensibilidad mediante las artes, a los que se sumaron también tendencias libertarias tales como la Escola Moderna de Ferrer Guardia. Con su monumental historia de las ideas y doctrinas estéticas en España, Menéndez Pelayo impactó en esa polémica inclinándola del lado de aquellos hasta llegado el 98. Si bien la estética se mantuvo en el currículo de la Facultad de filosofía y letras.
La aproximación historicista de Menéndez Pelayo a la estética buscaba presentar de manera diferenciada y comparatista las teorías estéticas y estilos de los distintos períodos, para fundar la crítica de las obras de arte en ellos producidas. También pretendía ilustrar la creación y contemplación artística. Siempre purista en materia de arte y estética, criticó con dureza la estética de Krause, por considerarla un prontuario que sometía aquéllos a fines impropios de carácter antropológico-educativo.
Hoy en día no cabe afirmar que Menéndez Pelayo y el krausismo formen parte, respectivamente, de nuestros referentes en crítica de arte y educación sentimental. Sus posiciones se han disuelto respectivamente en la banalización del arte y el pedagogismo reinantes. Las ocurrencias de los artistas son la fuente de las formas artísticas, que se difunden además conforme a los designios de gestores e influencers que amasan las preferencias individuales. De otro lado, la educación pública es intelectualista, nivela las humanidades y se limita a incorporar cierta inteligencia emocional procedente de la psicología contemporánea.
Pero también es verdad que esos creadores de nuestro pasado nos han legado obras dignas de consulta y lectura en el presente, e imprescindibles en nuestra educación, como la monumental «Historia de las ideas estéticas en España» del gran historiador santanderino.s
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