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La injustificable muerte de Alexei Navalni nos ha recordado el triste deceso de Antonio Gramsci en la Italia fascista. En su regreso del socialismo real a la democracia, el opositor ruso cruzó de vuelta el camino señalado por el líder comunista italiano en sus cuadernos ... de la cárcel (1929-1935). Poco pudo escribir Navalni en la terrible prisión IK-3 (Yamalia-Nenetsia, Siberia), pero su sacrificio le ha convertido en un símbolo de la democracia.
Esos 'Quaderni del carcere' contienen reflexiones teóricas y prácticas sobre la vía desde la democracia al nuevo orden socialista. Gramsci reconoce como príncipe moderno, no al líder, sino al partido político, que tiene como fin restaurar o refundar el Estado, ejerciendo dentro de la sociedad civil la función hegemónica, equilibradora de los diversos intereses en pugna con el dominante. Valioso moralmente es lo conveniente para el partido, voz única según él de la conciencia. Pero existe a su juicio una superioridad del Partido Comunista sobre el Partido de Mussolini, por ser la revolución fascista de carácter cesarista y pasivo, es decir, basada en el capitalismo y conservadora de la hegemonía burguesa; la revolución bolchevique es en cambio republicana y activa, sostenida por la voluntad colectiva nacional-popular y emancipadora del proletariado.
Los análisis de Gramsci reflejan el trauma que sufrió por el triunfo del fascismo y son extemporáneos, pero sus ideas arrojan no poca luz sobre el proceso de transformación que está padeciendo nuestro Estado democrático con el ascenso y creciente influencia política de la nueva generación del 14, transgresora del consensus iuris establecido en la Transición.
El profundo malestar generado por la crisis económica del 2008 y por el estado entrópico, posdemocrático, de nuestros sistemas políticos, desencadenaron protestas ciudadanas multitudinarias, encauzadas finalmente por varios colectivos en el movimiento indignado que se manifestó aquel 15 de mayo del 2011. Sus acampadas, asambleas y grupos de discusión desarrollaron propuestas temáticas anticapitalistas, republicanas, ecologistas, feministas, etcétera, que han tenido recorrido político.
Recuerdo vagamente una clase de historia de la filosofía en la facultad de Educación en la que un par de estudiantes dejaron caer la pregunta cómo hacer efectivas las propuestas de los grupos temáticos del movimiento indignado. Respondí con Gramsci, y sin pensarlo dos veces, que formando un partido político.
Desde su fundación en 2014, Podemos fue el partido que capitalizó políticamente la fuerza democrática ciudadana y las propuestas del movimiento indignado, ávido de «asaltar los cielos» y subvertir el sistema.
Sus éxitos iniciales sufrieron el primer revés importante con el fracaso de su coalición con IU, en las elecciones de junio 2016, en su intento de convertirse en la fuerza hegemónica de la izquierda. Las escisiones debilitaron esa coalición, Unidas Podemos, que sólo pudo llegar al poder abrazándose con el PSOE de Sánchez tras las elecciones de noviembre 2019. El consecuente y progresivo declive electoral ha dejado tras las últimas generales a Unidas Podemos con 4 diputados en el grupo mixto. Así se ha dilapidado el capital político producido por los movimientos ciudadanos del 15M.
El líder Sánchez y su organización en el PSOE detentan hoy una hegemonía en la izquierda, que pende de la cuerda floja tendida entre el soberanismo catalán y el vasco. Su compromiso real con los trabajadores se ha puesto en evidencia con su inepcia, no ya al abordar, sino para percibir los graves problemas que tienen los productores del sector primario en España. Indigna la impotencia de los agricultores y ganaderos enfrentándose a la policía durante tres semanas ante la indiferencia de un gobierno desbordado por los avatares de su supervivencia política.
Cuesta decirlo, pero con el sanchismo la vigorosa generación del 14 está a punto de convertirse en la generación de la amnistía. Más pronto que tarde el presidente va a poner al jefe del Estado ante el dilema de firmar una ley de Amnistía, que socava nuestro orden político, su soberanía y la monarquía que la simboliza. Semejante generación de la amnistía no puede reclamar ninguna superioridad para su proceso, que es en realidad producto del oportunismo y la irresponsabilidad política.
En este punto se cruza el camino de la generación de la Transición, que dejó atrás el franquismo y supo desarrollar un orden económico-político de libertades, con la triste figura de una generación joven de la que sólo quedan, por un lado, carreras personales de políticos, académicos, etcétera, y, por el otro, demasiado subjetivismo utópico. Ha llegado el momento de que el núcleo profesional y comprometido con su sistema democrático, de esta generación, gire y ponga a cada uno en su sitio.
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