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El paso de los días va decantando el sentido de la última cabriola de Pedro Sánchez, de quien hablamos aquí como presidente del Gobierno, no como persona, amante esposo y padre, cuyos sentimientos merecen todo nuestro respeto.
De entrada, su histriónica carta parecía responder a ... la necesidad de limpieza de imagen del PSC-PSOE en el inicio de las elecciones catalanas. Pero su esperada comparecencia evidenció lo que se ha intentado camuflar bajo la apariencia de una alianza salida de las urnas y necesaria para la gobernabilidad. Pues lejos de dimitir, se autoinvistió como presidente de la regeneración democrática y convocó la movilización de su «mayoría social», para «decidir qué tipo de sociedad queremos ser».
Se refería con ello a la mayoría progresista e independentista, que alimentó el clamor callejero y mediático contra la antidemocrática persecución de las derechas, y que le mantiene en el poder: su PSOE, sus socios de Sumar y Podemos y, por ahora, los soberanistas vascos y catalanes, no sin recelo de estos últimos. «Conocemos mucho mejor que ellos –aclaró Puigdemont en Angelers–, de lo que va la Justicia española, la Policía y la prensa patriótica. Nosotros salimos llorados de casa porque la conocemos».
Sánchez se declaró víctima de esa persecución desde el 2014 y confirmó estar determinado a regenerar nuestra democracia, garantizando la limpieza, no de su familia y su partido, sino de los que se le oponen. ¡Se acabó el «golpe de Estado blando»! ¡Se acabó la «máquina del fango»! Y, en el más puro estilo presidencialista, se postuló como líder progresista internacional contra la agenda del «movimiento reaccionario mundial».
Pero, ¿quién dice que la oposición política, nuestros jueces y periodistas de investigación son una máquina de fango? Quien genera estratégicamente la presente polarización sociopolítica, ¿no es precisamente esa mayoría social de Sánchez? Así lo evidencian su genética heredada de Podemos, las visiones de Ernesto Laclau que este partido tiene en su bitácora, y sus antecedentes, es decir, los movimientos populistas hispanoamericanos, ante todos, el venezolano.
Como saben, Laclau fue al peronismo, lo que Gramsci al fascismo de Mussolini, a saber, un aprendiz de brujo que enseña a aplicar la magia populista a los ideales emancipatorios. No es éste el sitio para discutir la disparatada pretensión de emancipar personas con retóricas y manipulación política, que conducen a democracias populares autoritarias, cuando no totalitarias, o a más de lo mismo empeorado bajo rúbricas distintas.
Interesa en cambio sacar a colación 'La razón populista' (2005), donde ese teórico postmarxista sostiene que construir el pueblo es la tarea del radicalismo democrático y la praxis populista la manera de afrontarla. Esta praxis político-discursiva procede articulando demandas populares perentorias, que implanten un antagonismo hegemónico, es decir, una forma efectiva de la dicotomía 'nosotros-pueblo' y 'los otros-antipueblo': «… el populismo requiere la división dicotómica de la sociedad en dos campos —uno que se presenta a sí mismo como parte que reclama ser el todo—, que esta dicotomía implica la división antagónica del campo social, y que el campo popular presupone, como condición de su constitución, la construcción de una identidad total a partir de la equivalencia de una pluralidad de demandas sociales».
Nos guste o no, Laclau es la aguja de marear de Podemos, el partido que aspiró articular, y convertir en 'populus', la demanda insatisfecha de una generación 'plebs', que a su lamentable destino económico, une el déficit democrático de su educación pedagogista. Podemos se propuso asaltar el poder, pero sólo consiguió una coalición de Gobierno con el PSOE de Sánchez, que adquirió por esta vía parte de su voto, al precio de mimetizar su praxis populista.
Al no reportar la hegemonía progresista, en las pasadas generales, votos suficientes para seguir gobernando, Sánchez asumió la demanda soberanista de Junts. Desde entonces se observa una creciente identificación del sanchismo y su líder con esa demanda territorial de los populismos vasco y catalán, que ya es programática. Hasta ha irrumpido en las catalanas con un mimético victimismo, que le ha merecido la denuncia de Esquerra ante la JEC. El referéndum pactado que toca en 2025 no puede salir bien si no se controla desde el Gobierno catalán.
Nadie puede enmascarar ya que estamos fuera de la normalidad democrática, ni puede quedarse al margen de la operación populista en curso. El demagogo se ha manifestado ante su espejo político y mediático, sus intolerables insinuaciones sobre la justicia española apuntan al CGPJ.
¿Cabe hablar de democracia donde no hay independencia del poder judicial? Sánchez y su mayoría social se identifican a sí mismos con el bien y la justicia, por lo que se arrogan la facultad de regenerar el CGPJ desde el poder ejecutivo y el legislativo. Pero lo que urge a nuestra democracia es una ley consensuada que lo reforme conforme a los estándares europeos, y renovado respeto a los jueces y su impartición de justicia.
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