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El 13 de mayo de 1910, el joven Ortega saludó el estreno del PSOE en el Parlamento español con una descripción entrañable: «Cuarenta mil españoles mayores de edad han mostrado que aún creen que hay en España un justo; por tanto, que aún tienen salvación … ... Si se fuera a preguntar por qué creen en Pablo Iglesias los que le han votado, por qué les parece un justo, un hombre ejemplar, probablemente coincidirían todos... en que parece un hombre traspasado por una idea. Pablo Iglesias es todo el socialismo».
Han pasado más de cien años y el PSOE de Sánchez, si hacemos caso de sus portavocías, sigue derramando ejemplaridad y socialismo. El resto es corrupción o radicalismo. Y verdaderamente este líder y su partido deberían ser tan ejemplares como publicitan, habida cuenta del proceso que nos están imponiendo.
Lo cierto es que, de los últimos 46 años de democracia española, el PSOE ha gobernado más de la mitad y es el partido que acumula más casos importantes de corrupción. Felipe González gobernó entre 1982 y 1996, años que registraron los casos Juan Guerra, Filesa de financiación ilegal, y GAL de prácticas de terrorismo de Estado. Rodríguez Zapatero gobernó entre 2004 y 2011, período del caso ERE en Andalucía: durante diez años (2000-2010) se desviaron más de 679 millones de dinero público a simpatizantes socialistas. Pedro Sánchez gobierna desde enero 2018 e inauguró en noviembre del 2023 su cuarta legislatura, en la que acaba de destaparse el caso Koldo.
Tampoco parece ser Sánchez el hombre justo de quien cabe esperar salvación, pues sus contradicciones evidencian sus engaños. Mintió a los votantes en la campaña de las últimas generales, asegurando que no aceptaría una ley de amnistía, y los justos no mienten, ni deben su posición «a la intriga, a la ambición desapoderada que sacrifica los medios al fin», por decirlo con Sanz del Río, maestro de los educadores de la España contemporánea.
Un gobernante justo no intenta justificar su oportunista proyecto de ley de Amnistía con un informe europeo sobre la Amnistía en España, sabiendo que, además de ser éste un borrador, conlleva una desaprobación de aquél por su procedencia, su fondo y sus consecuencias.
Pues ese proyecto de ley de amnistía no expresa el consenso político de la ciudadanía y sus representantes, madurado con tiempo, sino que es el precipitado de una negociación acelerada, desarrollada con nocturnidad y bajo el dictado de quienes van a ser amnistiados. Además, se ha planteado al margen de la Constitución vigente, se ampara en un marco legal incierto, y está cargado de razonamientos arbitrarios, cuando no sofísticos. En fin, lejos de reconciliar al soberanismo catalán con el soberano español, legaliza el procés catalanista y lo convierte en un proceso nacional español que, acariciando objetivos tan ilusorios, como inconfesables, juega con el orden y el destino político de más de 48 millones de ciudadanos.
¿Cómo es posible que un ejecutivo español haya llegado a protagonizar semejante desgobierno? Lo explica la polarización que sufre nuestro sistema de partidos desde hace una década.
El presidente Zapatero normalizó políticamente a ETA y su entorno, cuando estaban derrotados por los cuerpos de seguridad del Estado y no habían respondido ni del 60% de sus crímenes. De aquí surgió EH Bildu, de la izquierda abertzale, que está en el polo soberanista antisistema desde su formación en junio 2012. Otro logro de Zapatero fue el Estatuto de Autonomía de Cataluña, que entró en vigor el 18 de junio del 2006, y fue declarado parcialmente inconstitucional en junio del 2010 por sentencia ejemplar del Tribunal Constitucional. El resultado de este despropósito fue la polarización antisistema de los partidos catalanistas y la irrupción del procés en enero del 2012. De ese soberanismo desbocado resultó la división del PP por escisión de Vox, que con su nacionalismo español se posicionó en el polo opuesto desde diciembre 2013. Un mes después se completó el polo antisistema con la fundación de Podemos, heredero del movimiento indignado.
Así, desde el 2014, nuestro sistema de partidos está sometido a una polarización política (Giovanni Sartori), generada desde el polo negativo soberanista-antisistema y reflejada por el positivo españolista. En este campo la aritmética parlamentaria sólo permite gobernar a un PSOE sin aura, polarizado por Unidas Podemos en la anterior legislatura y por el soberanismo en esta. Podría haber optado Sánchez por asociarse con partidos centrados, despolarizando el sistema, pero eso habría supuesto el fin de su ambición política.
No crean que este desgobierno es casual, pues ha sido promovido desde hace décadas por soberanistas, nostálgicos de la república y demás radicales antisistema, que necesitan un parlamento polarizado y una sociedad dividida para transformarla conforme a sus ideas políticas. Ni cabe esperar un futuro feliz, de viejos desafueros políticos, nacidos del resentimiento y la sed de poder.
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